El régimen político español se asemeja a una democracia,
aunque sólo de manera superficial, puesto que en el fondo es una
pseudodictadura encubierta.
Y la prueba de que España no es una verdadera democracia,
con sus derechos civiles completos puede observarse en dos tipos de
comportamientos.
El primero es en el tema de la impunidad fascista. Mientras
que la mayoría de los países latinoamericanos han ido derogando de manera más o
menos efectiva las leyes de impunidad con las que los herederos de las
respectivas dictaduras intentaron dejar todo bien atado, y como muestra el
reciente ejemplo argentino en donde cientos de golpistas, torturadores y asesinos
fascistas han sido juzgados y condenados, sin embargo en España no sólo es que
ninguno de los miles de criminales y genocidas de la dictadura franquista haya
sido simplemente acusado, sino que ni siquiera se le pasa por la cabeza a
ningún miembro del poder legislativo, judicial y mucho menos del ejecutivo
filofascista que a día de hoy nos (des)gobierna.
Es más, cualquier comentario público, crítica o ironía sobre
los asesinos fascistas suele acabar con denuncias tanto de altos cargos del
gobierno como desde la judicatura. Y por supuesto hay una constante atmósfera de
ensalzamiento y justificación de la dictadura y sus secuaces tal y como hoy
mismo ha vuelto a demostrar nuestro filofascista presidente del gobierno, que
no entiende por qué se ha cambiado de nombre una calle que glorificaba a uno de
los golpistas franquistas, que luego fue ministro en las tenebrosas décadas
de los años 40 y 50 del siglo pasado.
Por todo ello, únicamente queda por constatar que a
diferencia de una verdadera democracia, España con cientos de miles de
represaliados enterrados en cunetas como perros, con miles de torturadores y asesinos
fascistas viviendo plácidamente sus vidas con todo el reconocimiento de los
poderes públicos y con un sistema político encubridor, cuando no colaborador únicamente
puede calificarse de monarquía bananera filofascista.
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