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14 de septiembre de 2025

Ese profeta Ezequiel que no acertaba ni por casualidad en sus predicciones

Los cristianos afirman sin sonrojo intelectual alguno que toda una larga sucesión de profetas circuncidados (y con evidentes síntomas de grave enfermedad mental) nos han transmitido la voluntad de una deidad (celosa, rijosa y egomaníaca para cualquier ser mínimamente perspicaz) que, aunque afirman saber que nos quiere, los hechos muestran que nos hace sufrir de las maneras más cruelmente horribles.

Y toda esta infantil “argumentación” descansa sobre los supuestos “conocimientos” transmitidos por esa tan particular deidad, información que sería imposible de conocer por parte de un simple humano.

Y así, las profecías han sido uno de los pilares fundamentales de esa tan pobre como errada línea de pensamiento. Pero si analizamos algunas de estas supuestas revelaciones podremos observar que son tan certeras como las predicciones de cualquier adivino del tres al cuarto de esos que llenas las horas nocturnas de los canales de TV más cutres.

Entonces, si tomamos como ejemplo al famoso profeta Ezequiel, uno de los supuestos más grandes conocedores de la mente divina, podremos analizar la validez de las profecías. Este visionario conocedor del futuro detalló en el capítulo 26 de su libro la completa destrucción y desolación de la ciudad fenicia de Tiro como un castigo por su arrogancia y gozo por la caída de Jerusalén. Así, el profeta aseguró que la ciudad sería atacada por numerosas naciones, sus muros derribados, y sus restos convertidos en un lugar para tender redes de pesca, quedando inhabitable y siendo buscada pero no encontrada jamás.

Y ¿cuál es la realidad histórica? pues que esta ciudad, como todas las de la antigüedad fue atacada varia veces a lo largo de su larguísima historia, pero a diferencia de otras muchas que quedaron en el olvido (y mira que hay ejemplos de ciudades abandonadas desde la antigüedad), Tiro siguió estando habitada durante milenios e incluso en la actualidad tiene unos respetables 135.000 habitantes ¡toma profecía de la buena!

 

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