¿Quién miente? ¿Moisés o Jesús?

Se puede afirmar sin temor a equivocarse que los cristianos tienen unas tragaderas intelectuales capaces de digerir los más absurdos sinsentidos. Y para ello no hay más que leerse ese supuesto libro sagrado, esa Biblia llena de contradicciones. Así mientras que en una parte de la Biblia se afirma con total rotundidad una cosa, varias docenas de páginas más allá se puede justificar lo contrario.

Pero quizás la mayor de todas las contradicciones de la aparentemente pretendida inmutable palabra revelada es la total oposición entre lo declarado en el Viejo Testamento frente al Nuevo. Algo para nada sorprendente para cualquier persona con un mínimo conocimiento histórico, pero que sin embargo ningún cristiano es capaz de comprender.

El Dios del Antiguo Testamento es únicamente el dios de los judíos, un pequeño pueblo marginal dentro de la Historia de la Humanidad, pero que por alguna razón es el elegido por el siempre iracundo Iahvé, divinidad que más parece un hooligan demente con superpoderes puesto que una y mil veces ordena a sus siervos sin prepucio que ataquen, hieran, maten y masacren a todo aquél no circuncidado: madianitas, hititas, amorreos, egipcios, edomitas, cananeos, ferezeos, heveos, jebuseos, amalecitas, habitantes del reino de Og, etc. sin discriminar entre hombres adultos o niños, mujeres ancianas, jóvenes, prepúberes o recién nacidas. Ríanse ustedes del Holocausto nazi. Por no discriminar en su intemporal orgía de sangre y destrucción, no discriminaba ni entre los distintos seres vivos, puesto que además de ordenar una y otra vez el genocidio de todos aquellos pueblos que no se cubrían la cabeza con el ridículo gorrito circular, también ordenaba asolar campos y cultivos, además de exigir el exterminio de cualquier animal doméstico perteneciente a los más que sufridos pueblos incircuncisos.

Sin embargo la zarza colérica, que no lo olvidemos fue capaz de exterminar a toda la Humanidad (excepto a un carpintero y su familia, que por cierto luego tuvieron que repoblar la Tierra cometiendo innumerables incestos) y a toda vida terrestre (salvando únicamente a una pareja de cada especie animal), decide de pronto que ya está bien eso de masacrar a diestro y siniestro y se engendra a sí mismo para acabar siendo torturado (es que los viejos vicios parece que se resisten a desaparecer) y morir (de mentira por supuesto) por la "salvación" de toda la Humanidad, esa misma que por cierto hasta hacía un momento exterminaba sin compasión.

¿Es que el omnisciente superheroe celestial se había equivocado? porque esta más que palpable contradicción entre ambos Testamentos no es que estuviera escondida, sino que ya en la más remota antiguedad fue evidente para cualquiera que tuviera mínimamente activo el cerebro, tal y como así lo demuestra el filósofo griego Celso allá por el lejano siglo II EC en su poderosamente lúcida (y más que perseguida) obra "El discurso verdadero contra los cristianos", en donde destruye inmisericorde pero más que racionalmente los absurdos y disparatados postulados judeocristianos: 

"Suponiendo que Jesús, en conformidad con los profetas de Dios y de los judíos, fuese el hijo de Dios, ¿Cómo es que el Dios de los judíos les ordenó, por medio de Moisés, que procurasen las riquezas y el poder, que se multiplicasen hasta llenar la tierra, que masacrasen a sus enemigos sin perdonar siquiera a los niños y exterminar toda la raza, lo que el mismo hace ante sus propios ojos, tal como cuenta Moisés? ¿Por qué los amenaza él, si desobedecieran sus mandamientos, de tratarlos como enemigos declarados, mientras que el Hijo, el Nazareno, formula preceptos completamente opuestos: el rico no tendrá acceso hasta el Padre, ni el que ambiciona el poder, ni el que ama la sabiduría y la gloria; no nos debemos inquietar con las necesidades de subsistencia más que los cuervos; es necesario preocuparnos menos de la vestimenta que los lirios; si os diesen una bofetada es preciso aprestarse a recibir una segunda? ¿Quién miente entonces: Moisés o Jesús? ¿Será que el Padre, cuando envió al Hijo, se olvido de lo que le había dicho a Moisés? ¿Habrá cambiado de opinión, renegando de sus propias leyes y encargando a su heraldo el promulgar otras completamente contrarias?"

Y en cambio casi dos milenios después, miles de millones de ignorantes cegados por el virus de la fe siguen sin entender que el primer Testamento fue escrito por un pueblo oprimido que necesitaba sobrevivir como nación, mientras que el más reciente fue básicamente el resultado de una civilización mucho más cosmopolita, como era la romana, sin que en ninguno de ellos exista el más mínimo atisbo de divinidad.