Aunque la iglesia católica en particular y el cristianismo
en general han sabido fabricarse una más que falsa apariencia de depositarios
del saber, es evidente para cualquier persona mínimamente versada en historia que,
desde que el emperador Teodosio firmo el Edicto de Tesalónica,
los cristianos se dedicaron con fruición a acabar con cualquier atisbo de
conocimiento, porque dentro de su más que delirante irracionalidad el pensar
únicamente podía predisponer a las personas a dudar o incluso rechazar el
conjunto de absurdeces en el que consiste la ortodoxia cristiana.
Y así durante cerca de dos milenios, salvo aquello que
concordaba con las irracionalidades dogmáticas del más que limitado
"conocimiento" cristiano, todo fue olvidado cuando no borrado directamente.
Y por supuesto, cualquier nuevo pensamiento que cuestionara
la más que estrecha visión de ese Universo de cartón piedra descrito en el
Génesis no sólo fue considerado erróneo sino, lo que es mucho peor, impío y por
lo tanto perseguible por el siempre tenebroso Santo Oficio hasta sus últimas
consecuencias.
Y quizás el caso más paradigmático de esta irracional
intolerancia fue el más que triste caso de ese monje que no entendió que dentro
de la santa madre iglesia el raciocinio es pecado mortal, por muy certero que
este fuese y que terminó en la hoguera por defender la primera revolución
científica hasta sus más que evidentes corolarios, sufrido conocimiento que
abrió paso a todo el increíble desarrollo posterior del pensamiento científico,
pero que al pobre Bruno le terminó pasando una más que terrible factura tal y
como lo relata el siguiente video extraído de la más que recomendable serie
documental "Cosmos".
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