¿Porqué tratamos de forma diferente la locura religiosa del resto de las locuras?

Desde siempre en cuanto se habla de religión aparece la eterna falacia del respeto. Pero si se puede criticar (y de hecho constantemente se critican) las opiniones políticas, los gustos personales, los comportamientos de cualquier individuo ¿porqué debemos rendir arrobada pleitesía y tener exquisito tacto a la hora de denunciar (o de mofarse directamente) de las por otra parte absurdas y risibles creencias religiosas?

Porque supongamos el siguiente caso. Un compañero de trabajo, un vecino, un familiar o cualquier conocido nos comunica que somos unos pobres desgraciados puesto que no conocemos de la existencia de un elefante rosa muy sabio y muy poderoso, pero que es invisible para todo el mundo excepto por supuesto para nuestro interfecto. Además nos indica que este elefante le ha comentado personalmente (porque contraviniendo toda lógica el susodicho elefante habla castellano perfectamente, aunque por supuesto debemos tener fe en lo que dice nuestro contertulio porque pruebas él no te puede dar) que si queremos alcanzar su gracia tenemos la obligación (como seres impuros e imperfectos que somos) de dar saltos a la pata coja (la derecha por supuesto, que la izquierda es pecado aunque no se nos explica el motivo) los días impares del calendario, cubierta nuestra cabeza con un gorrito triangular (puesto que otras formas geométricas no valen ya que ofenden al parecer muy profundamente al susceptible elefante, cosas del mas allá rosado incognoscibles para una simple mente humana) y fabricado con pelo de cabra virgen, esto último es muy importante ya que los otros materiales también están vedados por el cargante elefante tocanarices debido a incompresibles reglas de pureza que no podemos ni imaginar en nuestra imperfecta y limitada mente de primate. Además, se nos informa que únicamente se puede practicar sexo el último fin de semana del mes, aunque sólo una vez y por detrás (como mandan los sagrados cánones elefantiásicos) pero muy desgraciadamente con el/la vecin@ más fe@ que viva en nuestro edificio.

Por supuesto que ante esta situación nadie perdería el más mínimo intervalo de su tiempo con un individuo así y ya de respeto hacia su persona y sobre todo a sus creencias, nada de nada. Muy probablemente lo más qué haría un ciudadano paciente y bondadoso sería recomendar al interfecto que acudiera a un psiquiatra o a un neurólogo (o lo llevaríamos nosotros mismos si tuviéramos la desgracia de que fuera un familiar o un amigo muy querido) porque todo este asunto de los elefantes rosas que hablan castellano dentro de la cabeza de las personas para inmiscuirse en nuestra vida privada pinta muy pero que muy mal para cualquier individuo con la más mínima capacidad de raciocinio.

Entonces ¿a qué privilegiar con nuestro respeto y sobre todo con nuestro dinero a otros pobres desgraciados igualmente desequilibrados, únicamente porque su locura heredada de generación en generación y por los siglos de los siglos proviene de los ardientes desiertos de la creciente fértil?