El ministro de educación José Ignacio Wert lleva semanas
promoviendo y publicitando engañosamente que los males de la educación en
España han sido las medidas igualitarias de los anteriores gobiernos socialdemócratas
y que por tanto, es necesario en este país imponer la excelencia educativa mediante
su por otra parte ideologizada y retrógrada Ley
Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE).
Y dejando de lado la vuelta al más casposo, antidemocrático
y retrógrado nacionalcatolicismo patrio enseñoreado por la patente sumisión al
más rancio católicismo que ya denuncié en una entrada
previa, en donde el adoctrinamiento religioso tiene la misma validez que la
enseñanza de las matemáticas, la historia o las ciencias, hay que resaltar un
incuestionable y terrible hecho.
Frente a un nuevo
marco educativo en donde:
* Se introducen pruebas de evaluación de conocimientos al
final de cada ciclo educativo
* Se endurecen los criterios de concesión de becas y se vincula
las ayudas al estudio al esfuerzo académico
* Si un alumno no aprueba la mitad de los créditos tendrá
que devolver el importe íntegro de su beca
* Se reorientan los objetivos de la
educación para ponerlos al servicio de las reglas del mercado neoliberal
* Se refuerza la segregación por
clase social y etnia
* Se permiten los colegios segregados por sexo
* Se distorsiona la filosofía de la evaluación al
especificar con rotundidad que lo que importa son las calificaciones del
alumnado y no los condicionantes
previos: inversiones, contextos socioculturales, recursos y dotaciones, etc
pocos han señalado el mayor problema
de la enseñanza en este país que es el de la más terrible desigualdad. En
España el
20% de los niños vive por debajo del nivel de pobreza. Y mientras nuestro
gobierno neoliberal hace oídos sordos a este terrible drama, que tiene a
millones de niños al borde de la desnutrición en un país teóricamente rico y
desarrollado del primer mundo, son los propios colegios los que
tienen que luchar contra el hambre de muchos de sus alumnos, ya que sin la
ayuda y el esfuerzo de esos pobres y heroicos profesores (tan
denostados por otra parte por nuestros impresentables gobernantes como la
condesa medieval Esperanza Aguirre) con sus
desinteresadas contribuciones (en un momento en donde sus salarios han sido
drásticamente recortados) y con las ayuda de ONGs varias están permitiendo
que los niños de los sectores sociales más desfavorecidos: inmigrantes,
parados, trabajadores con contratos basura, etc. puedan escapar de la terrible
sombra del puro y duro hambre para poder centrarse mínimamente en el aprendizaje.
En estas dramáticas circunstancias
en donde millones de familias están abocadas a la miseria ¿alguien puede pensar
que es el momento relevante (y no directamente ofensivo) de poner a competir a
niños de familias privilegiadas que reciben la educación en elitistas escuelas
privadas con alumnos de colegios públicos de barrios humildes, en donde la tasa
de paro es superior al 50% para así evaluar sus respectivos rendimientos
académicos tal y como propone la LOMCE en el marco de la promoción de la
excelencia académica?
Hablando en plata y para que
todos nos entendamos, es más o menos como mandar a esforzados disminuidos
físicos: mancos, cojos o ciegos a competir en las olimpiadas frente a atletas
de élite entrenados en centros de alto rendimiento tecnológico.
Y luego por supuesto siempre
aparecerán psicólogos o economistas formados en la neoliberal escuela
de Chicago y al servicio de la ultraderechista fundación
FAES que tras un largo, sesudo y sesgado estudio nos muestren que es inútil
gastar dinero en la educación de los pobres, porque ellos siempre sacan peores
notas que los hijos de familias acomodadas. Y de ahí a
extrapolar la conclusión de que esos niños de familias humildes son genética e
intelectualmente inferiores solo hay un nauseabundo, clasista y
antidemocrático paso.
El verdadero daño a la educación es doble: uno ha sido despojar al profesor de cualquier tipo de autoridad, tanto por parte del estado como de los padres.Y el segundo ha sido la sobreprotección de la infancia, dándoles derechos sin obligaciones.
ResponderEliminarAl margen de esto, lo que está haciendo Wert es el ejemplo más descarado que he visto en mi vida de falacia autocumplida: si los pobres sacamos malas notas y se nos quitan las ayudas, sacaremos peores notas, luego se demuestra que no vale la pena invertir en la educación de los pobres.
Otra cosa que habría que mejorar a nivel social es la apreciación de que estudiar un FP es de pringaos y sacarse una carrera es lo que mola. Parece que habría que promulgar otra vez lo de que todos los trabajos son honrados...
... salvo el de político. (Lo siento, es que lo has puesto a huevo).
EliminarLa gran pregunta: ¿Igualdad de oportunidades o recompensar la excelencia?
ResponderEliminarCreo que debería hacerse lo posible por tener ambas. La primera implica que el éxito o el fracaso dependerían solamente de las capacidades del alumno. La segunda, implicaría un incentivo para que hiciesen las cosas bien.
¿Igualdad de oportunidades o recompensar la excelencia?
ResponderEliminarLo una no va contra lo otro. Como decía un famoso político: "hay que ser socialista de oportunidades y aristócrata del mérito" o sea, igualdad de partida y premio para los que lleguen mejor a la meta.