Todas las religiones tiene algo en común: son patriarcales,
sexistas, misóginas y consideran a las mujeres seres inferiores en el mejor de
los casos cuando no impuras, contaminadas, pecaminosas y por ello dignas
control y hasta de castigo.
Es por ello que en cualquier sociedad que se precie de tener la más mínima conciencia igualitaria y democrática las creencias deberían ser consideradas una injusticia perseguible por el código penal y sus líderes, santones y demás mediadores de lo divino deberían rendir cuentas ante la judicatura.
Y sin embargo, los sotanados obtienen siempre el mayor de los respetos aun cuando sean prehistóricas rémoras de un pasado opresor y más que sombrío.
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