El Iahvé de los judíos y que han heredado también cristianos
y musulmanes es un dios celoso, cruel y genocida. Pero el Jesucristo cristiano
tampoco se queda atrás como egocéntrico, puesto que predicaba el abandonar a
padres, hijos y hermanos para seguirle en una delirante espera (que por
supuesto nunca llega) del “inminente” final de los tiempos.
Y por supuesto, tampoco se queda a la zaga ese Alá fanático que ordena la yihad contra cualquiera que no se arrodille ante él cinco veces al día mirando al estúpido desierto.
Es por ello que todas las religiones abrahámicas adoran a un mismo/diferente dios (porque no hay dios que entienda a esta mezcolanza de divinidades de pastores de cabras, anacoretas y beduinos, a cual más demente, que no es para nada benevolente, sino un perfecto psicópata ególatra digno de un manual de psiquiatría.
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