El cristianismo lleva tan impreso en su ADN la degradación de las personas, un omnipresente dominio que instila miedo y un control absoluto del rebaño de creyentes que es casi imposible poder diferenciar los dictados de la devoción cristiana de las miserables y delictivas justificaciones de esos criminales machistas que abusan, torturan y hasta matan a sus parejas.
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