Los religiosos se sorprenden de que cualquier persona mínimamente racional no acepte el conjunto de majaderías heredadas de profetas dementes.
Y los agnósticos, en su infinita cobardía intelectual, son incapaces de reconocer que su postura, lejos de ser algo equilibrado es simplemente el reflejo de no haber asimilado que el dios que le inculcaron en la infancia tiene las mismas posibilidades de existir que el resto de las otras deidades inventadas por el hombre a lo largo de una historia repleta de sinsentidos y disparates y provienen del mismo lugar que los duendes, las hadas, los elfos o los gnomos, es decir la infinita y supersticiosa inventiva de unos monos con mucha imaginación.
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