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No hay nadie más ignorante e inútil que aquel, que de rodillas y con los ojos cerrados busca una respuesta.


PARA SU INFORMACIÓN: Los ateos no creemos en ninguno de los 2.700 dioses que ha inventado la humanidad, ni tampoco en el diablo, karma, aura, espíritus, alma, fantasmas, apariciones, Espíritu Santo, infierno, cielo, purgatorio, la virgen María, unicornios, duendes, hadas, brujas, vudú, horóscopos, cartomancia, quiromancia, numerología, ni ninguna otra absurdez inventada por ignorantes supersticiosos que no tenga sustento lógico, demostrable, científico ni coherente.

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28 de septiembre de 2022

No hay nadie más prepotentemente ignorante que un creyente

Después de varios siglos en los que la Ciencia ha desplazado a la Tierra y a unos monos bípedos con delirios de grandeza al rincón más insignificante de un Universo prácticamente ilimitado e intemporal, hete aquí que miles de millones de prepotentes ignorantes siguen apegados a una cosmovisión inventada por profetas analfabetos de tiempos remotos.

La Tierra se sitúa en un rinconcito sin importancia de una galaxia de unos 200.000 años luz de diámetro que contiene otros 300.000 millones de estrellas. Además, nuestro Universo tiene unos 13.800 millones de años de edad y un tamaño de al menos 93.000 millones de años luz, unas cifras totalmente incomprensibles para el cerebro humano.

También hay que tener en cuenta que en todo ese casi infinito tiempo desde la aparición del Universo no hubo primates de ningún tipo. Sin embargo, y aunque los humanos llevamos en este ya viejo Universo el equivalente a menos de un milisegundo cósmico, la gran mayoría de la población “piensa” (lo cual es mucho decir de seres totalmente indoctrinados) que un creador más grande que el Universo en sí, dedica prácticamente todos sus esfuerzos a intentar complacerles en sus mezquinos deseos acerca de su salud, su suerte, sus relaciones sentimentales y demás miserias de sus anodinas vidas.

Pero además, estos pobres semideficientes mentales exigen sumisión y respeto a su analfabetismo y que las complejas sociedades avanzadas del siglo XXI sean dirigidas por otros tan iletrados como ellos, según los cánones que dejaron escritos en mohosos libros hace milenios unos enfermos psiquiátricos que en cualquier lugar civilizado habrían tenido que estar colmados de fármacos y bajo un estricto control médico.


 

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