Si un padre fuera por el mundo presumiendo de que su niño de 4 años es marxista, neoliberal, conservador o socialista es más que seguro que alguien se preguntaría si ese adulto es adecuado para tutelar a un menor.
Sin embargo, como sociedades infectadas hasta la médula por la superstición asumimos con total (y horrenda) naturalidad que un tierno infante pueda ser etiquetado como musulmán, budista, católico, judío, hindú o creyente en el gran dios cocodrilo. Y parece ser que a nadie le preocupa esta absoluta demencia.
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