Que en pleno siglo XXI algunos se sigan comportando como en
el fanático Medievo tiene delito.
Resulta que el obispo de Zamora ha paseado la famosa "Cruz de Carne" para pedir a su dios egomaníaco que deje ya de castigarnos con el coronavirus, porque parece ser que allá por el año de Maricastaña un monje benedictino llamado fray Ruperto suplicaba junto a un olivo en la huerta de la iglesia de San Miguel del Burgo el cese de la Peste Negra, una de las muchas pandemias que ese dios benevolente y siempre misericordioso ha tenido a bien enviar a los hombres desde su expulsión del paraíso terrenal, sin distinguir nunca entre piadosos católicos, herejes protestantes, desviados ortodoxos, impíos musulmanes, magnicidas judíos o los siempre demoniacos ateos ¡misterio este que ningún teólogo ha sabido desentrañar!
Pues bien, de tanto orar al fraile se le acabó apareciendo un ángel, o simplemente que el piadoso sufrió una insolación ¡vaya usted a saber!, de tal manera que luego el monje acabó diciendo que había recibido una cruz, que tal y como le "indicó" el mensajero alado, permitiría a la ciudad mantenerse libre de cualquier epidemia, siempre y cuando la cruz se conservara y se venerara.
Aunque vistos los datos, en donde Zamora ha sufrido desde entonces todas y cada una de las pestilencias habidas y por haber, incluida la actual pandemia coronaviral, sin diferenciarse en nada de otras ciudades católicas españolas o ya puestos ciudades turcas o chinas, solo queda por deducir que la falta de veneración ha sido la culpable de los desastres médicos ¡porque otra cosa no, pero rencoroso es un rato el diosecillo judeocristiano!
Aunque si analizáramos las pandemias acaecidas en el mundo a lo largo de la historia, los hechos parecen indicar que los únicos dioses benevolentes con sus pueblos fueron los adorados por los aztecas y los incas, porque hasta la llegada de los demonios con barba montados a caballo, en tierras americanas no se conocía ninguno de los virus y bacterias que llevaban milenios asolando el Viejo Mundo. Se ve que al final los aztecas enfadaron a la Serpiente Emplumada o realizaron menos sacrificios humanos de los necesarios y permitió la llegada de unos conquistadores que parecían recién salidos del Averno, por las infinitas maldades que llevaron a esas tierras.
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