El problema de vivir bajo el estigma de la superstición es
que, con esos ritos inventados (y manipulados por cierto) para dar tranquilidad
a los más ignorantes miembros de nuestra especie, cuando la magia potagia falla
el mundo parece venirse abajo.
Los napolitanos llevan adorando patéticamente a la milagrosa sangre de San Genaro, la cual se "licúa" todos los años en los días 19 de septiembre y 16 de diciembre. Ahora bien, este obispo murió a principios del siglo IV EC y el verdadero "milagro" consistió en que su "sangre" apareció, por ese arte de birlibirloque al que tan acostumbrados están los miembros del rebaño cristiano, allá por el siglo XIV EC, una época en la que surgieron por doquier, o más bien se falsificaron miles de reliquias cristianas, de tal manera que en muchos casos los restos de un santo varón o de una piadosa mujer de la época romana sirven para rehacer los cadáveres de media docena de adultos.
Así, lo más probable es que lo guardado dentro de la ampolla venerada no sea sangre (ni de humano, ni de animal) sino algún tipo de fluido no newtoniano como por ejemplo la mezcla de cloruro férrico y carbonato cálcico mezclados con sal, compuestos perfectamente conocidos por los alquimistas de la Edad Media, que asemejan las propiedades de bendita "sangre", tal y como demostró un ya viejo estudio publicado en la prestigiosa revista científica Nature en el año 1991. Claro que la santa madre iglesia se cuida muy mucho de permitir el estudio de este milagroso mejunje, no sea que se descubra el engaño y se termine con 600 años de estulticia.
Pero este pasado día 16 de diciembre se ha producido un cambio: la "sangre" no se ha licuado, por lo que los idiotizados creyentes aseguran que según la tradición ello implica algún tipo de desastre como los ocurridos en al menos 5 ocasiones, como la plaga que asoló la ciudad en 1527 y el terremoto de 1980, donde murieron 3.000 personas.
Claro que para muestra de que el "milagro" tiene todo menos de milagro contar la anécdota acaecida en 1799. En esas fechas el ejército francés invadió Nápoles. Rápidamente los curas de la ciudad, que para eso tenían grandes capacidades proféticas, empezaron a afirmar que el milagro de San Genaro no se produciría ese diciembre. Llegado el día, la gente empezó a soliviantarse y se mascaba la tragedia. Pero entonces el general francés Jean Étienne Championnet, al mando de los ejércitos napoleónicos en la ciudad y que debía ser un racionalista pata negra ordenó a uno de sus ayudantes:
"Vaya a ver al sacerdote y dígale de mi parte que si la sangre no se licua en cinco minutos hago bombardear Nápoles."
Y ¡sorpresa, sorpresa! el milagro se produjo y todo el mundo quedó contento.
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