Una republicana cristiana estadounidense quiere que le quiten el derecho al voto

Quizás

no haya genta más estúpida en el mundo que esos fervorosos cristianos fundamentalistas norteamericanos que a la vez son fanáticamente republicanos, individuos capaces de votar una y otra vez a candidatos que no solo les desprecian, sino que legislan para hacerles la vida más difícil y hasta para matarlos cuanto antes mejor.

Millones de varones blancos pobres votan sistemáticamente a favor de candidatos republicanos, esos mismos que favorecen abiertamente a las grandes multinacionales, están en contra de las ayudas sociales, impiden la más mínima legislación a favor de los derechos de los trabajadores e incluso favorecen que aquellos de sus votantes que no pueden costearse un seguro médico primero se arruinen con las onerosas facturas médicas y al final acaben muriendo antes de tiempo al abandonar los tratamientos que no pueden seguir pagando. Pero como reza el viejo dicho castellano “sarna con gusto no pica, aunque mortifica”.

Pero dentro de esta estulticia estadounidense, hay todavía un grado más de cretinismo político y son esas mujeres blancas, republicanas y cristianas puesto que además de lo anteriormente citado para sus oligofrénicos compañeros varones, añaden una tara mental adicional: la de considerarse inferiores al varón, ya que la santa biblia y el perenne patriarcado así se lo han cincelado en su cabeza.

Y como ejemplo de que ellas son todavía más estúpidas que ellos (algo que parece casi imposible, puesto que el republicano medio está por debajo del cociente intelectual de nuestros primos primates) una de las oradoras en la reciente convención republicana, una tal Abby Johnson que aunque ha defendido el voto (de todos y de todas) para el acosador de Donald Trump sin embargo, hace unos meses afirmó ¡agárrense porque el asunto tiene miga! que había que volver a esos buenos y viejos tiempos en donde solo el cabeza de familia podía votar por toda la familia, mientras su mujercita le esperaba en casa con la cena preparada porque

"en una casa piadosa, el marido tendría la última palabra.”