Una de las más grandes estupideces del cristianismo es esa
más que absurda creencia de que los condenados en el Juicio Final pasarán toda
la eternidad sufriendo en el Infierno.
Porque si se aplica el más mínimo raciocinio, ese que por
desgracia escasea entre el rebaño cristiano, ¿cómo se puede entender que Satanás,
el archienemigo por excelencia de la Zarza Ardiente, vaya a torturar de manera
infinita a todos aquellos que han osado rebelarse (como él mismo hizo al principio de los tiempos) ante los
siempre absurdos designios de ese mismo dios que expulso al Maligno de su lado?
¿No sería más lógico y creíble que todos esos malvados que no
hacemos caso a los mandamientos mosaicos fuéramos recibidos como héroes por las
huestes infernales?
Pero claro, es que estamos trantando quizás con los más simples entre los simples miembros de esta nuestra especie, que tan poco honor hace en demasiadas ocasiones a su más que rimbombante nombre científico.
Pero claro, es que estamos trantando quizás con los más simples entre los simples miembros de esta nuestra especie, que tan poco honor hace en demasiadas ocasiones a su más que rimbombante nombre científico.
¡Pero claro! Vengo diciendo esto desde siempre.
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