Los fieles justifican sus creencias en nombre de sagrados
valores espirituales, aunque sin embargo son incapaces de comprender que su
religión no es más que el resultado de lejanos procesos evolutivo-culturales
muchísimo más prosaicos.
El ser humano siempre ha estado ligado a las creencias,
conjunto subjetivo de ideas y comportamientos que a lo largo de la historia nos
han permitido como especie dar un significado, aunque sea erróneo, al más que
complejo, y hasta la llegada de la Ciencia, incognoscible mundo que nos rodea.
Inicialmente los humanos en su larguísimo devenir como
cazadores-recolectores concibieron al animismo como medio para relacionarse con
el mundo y tratar de entender y negociar con esa infinidad de especies animales
y vegetales y con el resto del mundo físico: montañas, cordilleras, ríos y fenómenos
atmosféricos de los que en la práctica dependía la supervivencia de esos
pequeños grupos nómadas entre los que discurrió la vida de nuestros más lejanos
antepasados.
Sin embargo, cuando el hombre inventó la agricultura y la
ganadería su relación con el resto de especies animales y vegetales cambió
drásticamente. Ya no era necesario negociar y respetar a ciervos, jabalíes o
leones, animales que podían ser nuestro alimento o por el contrario
convertirnos en su cena. A partir de ese momento quedó bastante claro que los
animales y plantas que domesticamos perdieron su independencia y así vacas,
cabras, gallinas o las especies vegetales como el trigo, la cebada, el maíz pasaron
a ser propiedades de las que el ser humano podía disponer a su antojo.
Sin embargo los caprichos de la naturaleza hacían que en
demasiadas ocasiones las cosechas se arruinaran por heladas, sequías o por plagas
desconocidas. También el ganado podía morir por invisibles patógenos y el
hombre poco podía hacer salvo buscar ayuda de alguien más poderoso. Y así
surgieron los primeros dioses, ligados todos ellos a la vida agrícola y a sus
ritmos, divinidades a las que se podía acudir para que a cambio de una ofrenda
las lluvias llegaran a tiempo, no hiciera demasiado frío o calor que arruinara
las cosechas o que los animales no enfermaran y parieran crías de la manera más
prolífica. Así la religión no era más que una transacción comercial más.
Es por ello que los templos de todas las religiones de la antigüedad
(la judeocristiana incluida) se parecían mucho a mercados o mataderos, en donde
los sacerdotes recogían las dádivas de los fieles y sacrificaban bueyes, corderos
o cabritos, pollos o gallinas a destajo, animales todos ellos entregados por aquellos
que buscaban el favor celestial, en lo que visto desde el punto de vista actual
no era más que una orgía de sangre, orines y heces animales, totalmente alejada
de la sacrosanta quietud y asepsia de los templos actuales.
Es por ello que resulta del todo curioso, y totalmente
contradictorio además, el que en la actualidad por ejemplo los judíos
ultraortodoxos dediquen sus vidas a la lectura de la sagrada Torá en
silenciosas sinagogas, cuando lo que de verdad quiere su dios y así lo hicieron
durante milenios los más piadosos seguidores de Iahvé es que la sinagoga rebose
de sangre y gritos de miedo animal tal y como lo cuenta el Levítico
“Si la persona ofrece como sacrificio expiatorio un cordero, deberá presentar una hembra sin defecto. Pondrá la mano sobre la cabeza del animal, y lo degollará como sacrificio expiatorio en el lugar donde se degüellan los animales para el holocausto. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de la sangre del sacrificio expiatorio y la untará en los cuernos del altar del holocausto, después de lo cual derramará al pie del altar el resto de la sangre. Luego le sacará al animal toda la grasa, tal y como se le saca la grasa al cordero del sacrificio de comunión, y el sacerdote la quemará en el altar sobre la ofrenda presentada por fuego al Señor”
En resumen...muy bien explicado
ResponderEliminarEs evidente que la forma de rezar ha ido evolucionando, hasta quitarse de encima la engorrosa sangre y demás parafernalia, es decir, se ha ido perfeccionando, como la rueda y todo lo demás. Pero si cualquier católico viera un ritual de cualquier tribu seguro que pensaría que son seres que no conocen nada del mundo y que es absurdo su forma de pedir plegarias, cuando tienen en su sagrado libro los mismos procedimientos. ¿Quién dijo lo de quemar la grasa o untar los cuernos de sangre?. Si pensamos en nuestra naturaleza sólo se me ocurren dos motivos: Uno que fuera un chamán alucinado colocado con alguna sustancia (el hash que ya se consumía) o dos, alguien que vio la manera perfecta de vivir del cuento sin tener que cazar ni recolectar. Una Belén Esteban de la época. Puede que una mezcla de ambas, pero desde luego no una voz celestial y pura que te susurra en sueños: "Degüella... quema la grasa... unta los cuernos en sangre...". Cuando rodeas todo de un aura mística y pones un par de milenios de por medio parece que nadie decía una tontería por aquellos tiempos, todo era sabiduría y conexión espiritual, pero Belenes Esteban tenía que haber, por cojones o por estadística.
ResponderEliminarNo lo había visto de esa forma, muy interesante. Ahora todo es mas estético y limpio (menos el besar los pies del niñito jesus cuando otros 100 individuos le han besado en el mismo lugar)
ResponderEliminarjlux
ResponderEliminarEs que aunque los creyentes no lo crean su religión también evoluciona.