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9 de febrero de 2017

Agricultura y religión



Los fieles justifican sus creencias en nombre de sagrados valores espirituales, aunque sin embargo son incapaces de comprender que su religión no es más que el resultado de lejanos procesos evolutivo-culturales muchísimo más prosaicos.

El ser humano siempre ha estado ligado a las creencias, conjunto subjetivo de ideas y comportamientos que a lo largo de la historia nos han permitido como especie dar un significado, aunque sea erróneo, al más que complejo, y hasta la llegada de la Ciencia, incognoscible mundo que nos rodea.

Inicialmente los humanos en su larguísimo devenir como cazadores-recolectores concibieron al animismo como medio para relacionarse con el mundo y tratar de entender y negociar con esa infinidad de especies animales y vegetales y con el resto del mundo físico: montañas, cordilleras, ríos y fenómenos atmosféricos de los que en la práctica dependía la supervivencia de esos pequeños grupos nómadas entre los que discurrió la vida de nuestros más lejanos antepasados. 



Sin embargo, cuando el hombre inventó la agricultura y la ganadería su relación con el resto de especies animales y vegetales cambió drásticamente. Ya no era necesario negociar y respetar a ciervos, jabalíes o leones, animales que podían ser nuestro alimento o por el contrario convertirnos en su cena. A partir de ese momento quedó bastante claro que los animales y plantas que domesticamos perdieron su independencia y así vacas, cabras, gallinas o las especies vegetales como el trigo, la cebada, el maíz pasaron a ser propiedades de las que el ser humano podía disponer a su antojo. 

Sin embargo los caprichos de la naturaleza hacían que en demasiadas ocasiones las cosechas se arruinaran por heladas, sequías o por plagas desconocidas. También el ganado podía morir por invisibles patógenos y el hombre poco podía hacer salvo buscar ayuda de alguien más poderoso. Y así surgieron los primeros dioses, ligados todos ellos a la vida agrícola y a sus ritmos, divinidades a las que se podía acudir para que a cambio de una ofrenda las lluvias llegaran a tiempo, no hiciera demasiado frío o calor que arruinara las cosechas o que los animales no enfermaran y parieran crías de la manera más prolífica. Así la religión no era más que una transacción comercial más.



Es por ello que los templos de todas las religiones de la antigüedad (la judeocristiana incluida) se parecían mucho a mercados o mataderos, en donde los sacerdotes recogían las dádivas de los fieles y sacrificaban bueyes, corderos o cabritos, pollos o gallinas a destajo, animales todos ellos entregados por aquellos que buscaban el favor celestial, en lo que visto desde el punto de vista actual no era más que una orgía de sangre, orines y heces animales, totalmente alejada de la sacrosanta quietud y asepsia de los templos actuales.

Es por ello que resulta del todo curioso, y totalmente contradictorio además, el que en la actualidad por ejemplo los judíos ultraortodoxos dediquen sus vidas a la lectura de la sagrada Torá en silenciosas sinagogas, cuando lo que de verdad quiere su dios y así lo hicieron durante milenios los más piadosos seguidores de Iahvé es que la sinagoga rebose de sangre y gritos de miedo animal tal y como lo cuenta el Levítico

“Si la persona ofrece como sacrificio expiatorio un cordero, deberá presentar una hembra sin defecto. Pondrá la mano sobre la cabeza del animal, y lo degollará como sacrificio expiatorio en el lugar donde se degüellan los animales para el holocausto. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de la sangre del sacrificio expiatorio y la untará en los cuernos del altar del holocausto, después de lo cual derramará al pie del altar el resto de la sangre. Luego le sacará al animal toda la grasa, tal y como se le saca la grasa al cordero del sacrificio de comunión, y el sacerdote la quemará en el altar sobre la ofrenda presentada por fuego al Señor



4 comentarios:

  1. En resumen...muy bien explicado

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  2. Es evidente que la forma de rezar ha ido evolucionando, hasta quitarse de encima la engorrosa sangre y demás parafernalia, es decir, se ha ido perfeccionando, como la rueda y todo lo demás. Pero si cualquier católico viera un ritual de cualquier tribu seguro que pensaría que son seres que no conocen nada del mundo y que es absurdo su forma de pedir plegarias, cuando tienen en su sagrado libro los mismos procedimientos. ¿Quién dijo lo de quemar la grasa o untar los cuernos de sangre?. Si pensamos en nuestra naturaleza sólo se me ocurren dos motivos: Uno que fuera un chamán alucinado colocado con alguna sustancia (el hash que ya se consumía) o dos, alguien que vio la manera perfecta de vivir del cuento sin tener que cazar ni recolectar. Una Belén Esteban de la época. Puede que una mezcla de ambas, pero desde luego no una voz celestial y pura que te susurra en sueños: "Degüella... quema la grasa... unta los cuernos en sangre...". Cuando rodeas todo de un aura mística y pones un par de milenios de por medio parece que nadie decía una tontería por aquellos tiempos, todo era sabiduría y conexión espiritual, pero Belenes Esteban tenía que haber, por cojones o por estadística.

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  3. No lo había visto de esa forma, muy interesante. Ahora todo es mas estético y limpio (menos el besar los pies del niñito jesus cuando otros 100 individuos le han besado en el mismo lugar)

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  4. jlux

    Es que aunque los creyentes no lo crean su religión también evoluciona.

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