Uno de los principales argumentos de los defensores de las
más variadas y supersticiosas pseudomedicinas es apelar a la libertad individual
y a los derechos democráticos para defender el que un chamán trate el cáncer con
orina de vaca, que un timador del tres al cuarto les estafe con su ungüento
curalotodo milagroso o que una pastilla de azúcar se pueda vender como remedio
contra las más variadas y peligrosas enfermedades.
Y quizás en este mundo desarrollado, en donde los ciudadanos
más o menos inquietos pueden acceder a todo el conocimiento científico y médico
mediante un simple clic de ratón, ya vaya siendo hora de cumplir estos "alternativos"
deseos, por más que luego muchos de estos ignorantes quieran solicitar ayuda de
esa medicina científica que tanto desprecian.
Y por tanto y a lo mejor quizás ya sea hora de dejar
"elegir" a los ciudadanos que tipo de "sanidad" prefieren:
la científica convencional o la miríada de "medicinas alternativas" que
aparecen sin descanso cuales setas del bosque tras una tarde lluviosa. Por
supuesto que ello debería implicar un compromiso formal, legalmente validado de
que aquellos que se decantaran por la pseudomedicinas quedarían excluidos automáticamente
(y hasta el resto de sus muy predecibles cortas vidas) de la sanidad pública, fueran
después las condiciones particulares que fuesen.
Esta decisión tendría dos claras ventajas para la sociedad e
incluso para la especie humana: la primera que bajaría el gasto sanitario de
manera muy significativa
y la segunda, y quizás más importante, que se dejaría actuar
sin cortapisa alguna a esa poderosa y terrible evolución biológica (que no entiende para nada de creencias) en la que muchos de
ellos estúpidamente no creen y por tanto, los genes de estos pobres ignorantes se acabarían perdiendo
rápidamente del acervo genético humano.
Porque quizás no haya forma más
efectiva de suicido planificado que el ponerse en manos (pero de verdad, sin medias tintas ni postreros remordimientos) de
esos miles de estafadores, charlatanes, alucinados y hasta dementes sanadores/chamanes/pseudomédicos
alternativos que todo dicen sanar, pero que luego en realidad nada pueden
curar con sus potingues, equilibrios kármicos, elixires, pases energéticos, bálsamos, imposiciones de manos y el resto majaderías pseudomédicas
ancladas en esa oscuridad precientífica del siglo XIX, del XV o muchas veces de
la más profunda y oscura antigüedad.
P.D:
Y de regalo un interesante video de como diferencia ciencia de pseudociencia y medicina de pseudomedicina.
Sin dudas está en la hora de haber un servicio del gobierno que no permita ninguna pseudociencia, ni pseudomedicinas. Que lo que se coloque en el mercado o al alcance de los ciudadanos, sea corroborado por pesquisas. Que quien trate de la salud humana, tenga estudio conferido y que demuestre idoneidad.
ResponderEliminarSi los millones de dólares que se gastan en “medicina alternativa”, fuesen invertidos en la Medicina, sin dudas tendríamos menos gastos, ya que muchas veces, si estos desgraciados crédulos no mueren, terminan ocupando lugares por mucho más tiempo y utilizando más medicina de que lo hubiera realmente necesitado.
Tengo que comentar algo que vi cuando joven en el campo, que el dueño de la ascienda, cuando se enfermaba alguien de la familia llamaba al curandero; pero cuando se le enfermaba una vaca llamaba al veterinario. Ese tipo de ignorancia me llega a doler. Y me duele porque vi mi padre y mi madre, que murieron hace poco tiempo, creyendo en ese tipo de pseudomedicina y recetas mágicas y palabras mágicas, y yo sintiéndome impotente ante la ignorancia y superstición de personas de edad avanzada, que me miraban con pena y compasión por no entender la realidad de sus alucinaciones siendo su hijo. Veo también, personas más jóvenes que yo, que miran como que a través de una cortina de alucinaciones el movimiento de la vida, perdiéndose en delirios fantasiosos, sin tener idea alguna de la realidad.
Entiendo el desespero de ustedes, porque también lo siento. Lo más simple y estúpido es más fácil de entender, de lo que puede llevar un poco de esfuerzo para ser entendido. Y el ser humano es mentalmente haragán.
Por eso debemos agradecer por este tipo de sitios que viene como un cachetazo para haber si despierta el cerebro de una vez. Como un auto que hay que empujar para que arranque.
Ya viví en diecisiete ciudades diferentes, dentro de tres países y nunca conocí personalmente alguien que no tenga ninguna superstición. Hasta mi hija. ¿Saben por qué?. Porque nosotros no nos permitimos obligar a nadie a que piense como nosotros pensamos. Porque nosotros no tenemos un dogma a seguir. Porque presamos por la libertad. Porque presamos la integridad. Y la única arma que tenemos es la posibilidad de ridicularizar la estupidez. No por arrogancia ni soberbia, sería mezquino y nos tornaría estúpidos; sino porque queremos hablar de igual para igual, sin alucinaciones, sin cosas que no existen incomodando la conversación; con inteligencia; sin miedo; libres.
Disculpen el desahogo, realmente prefiero no hablar en primera persona, pero de esta vez fue.