Desde siempre la derecha neoconservadora republicana ha
hecho campaña por recortar, cuando no por destruir directamente los programas
sociales que se mantienen en la famosa tierra de promisión y oportunidades como
se autodenominan los EEUU de Norteamérica.
Solo hay que recordar las desafortunadas declaraciones del candidato
republicano Mitt Romney en las últimas elecciones presidenciales en donde descalificó
insultando a los votantes demócratas con
frases como que
Por tanto sería razonable pensar que los
más de 60 millones de republicanos que le votaron no sólo estaban de
acuerdo con estas ofensivas declaraciones sino que tampoco tendrían necesidad
de esos parasitarios y derrochadores servicios sociales que tanto detestan sus
queridos líderes. Pues bien la realidad parece ser bien distinta. El "Pew Research Center" ha publicado una
encuesta en el que se muestra que la mayoría de los estadounidenses (el 55%
para ser más exactos) han hecho uso de alguno de los seis principales programas
de protección social existentes en el país. Y aunque este dato ya es de por sí
sorprendente por lo abultado del número, lo más impactante es conocer las
preferencias de voto de los beneficiarios. Así aun cuando los votantes
demócratas fueron ayudados en mayor medida (un 60% de los que votaron por Obama
reconocieron ser receptores de ayudas), un increíble 52% de los votantes de
Romney también reconocieron que han necesitado ayuda del tan vilipendiado y
odiado "papá estado" para sobrevivir en algún momento de su vida.
Los datos por demografía también desmontan algunos de los
mentirosos mitos de la ultraderecha reaccionaria. Así aun cuando la mayoría de
la población afromericana (el 61%) es beneficiaria de estas ayudas, también el 56%
de los blancos (por encima incluso de los hispanos con un 50%) han sido
acogidos en estos programas sociales. Además los habitantes de zonas rurales,
mayoritariamente conservadoras y votantes del partido republicano y
teóricamente educadas en la autosificiencia reciben más ayudas sociales que los
urbanitas. Incluso el 57% de los que se consideraron conservadores habían
recibido ayudas del estado de bienestar de EEUU. Lo más increíble es que el 57%
de los estadounidenses consideran que el estado es responsable de cuidar de los
más desfavorecidos aun cuando muchos de ellos se oponen con su voto republicano
a este tipo de ayuda. ¿Es desinformación o simple locura la paradoja de
millones de individuos capaces de promover y apoyar elección tras elección políticas
antisociales que van no sólo en contra de sus propios intereses como individuos
sino incluso en contra de su propia supervivencia y la de sus hijos?
Para entender un poco esta paradoja, el escritor y
columnista norteamericano Joe Bageant
da algunas pistas en su muy recomendable libro "Crónicas de la América
profunda" del que incluyo un extracto a continuación:
"Entre 89 y 94 millones de norteamericanos adultos —casi la mitad de la población adulta estadounidense— son analfabetos funcionales, […]. Según el Instituto Nacional de Alfabetización, «carecen de aptitudes básicas (la capacidad de leer y escribir) para un desarrollo satisfactorio en nuestra sociedad». De todos estos adultos, entre un diecisiete y un veinte por ciento apenas pueden leer. Eso significa que no pueden rellenar una solicitud de trabajo, ni descifrar las etiquetas de los alimentos, y ni siquiera leerles un cuento a sus hijos. Otro veinticinco por ciento sabe leer, pero no lo suficiente como para seguir el hilo de cinco párrafos seguidos de un texto o un documento de lectura densa, como sería el caso de un contrato de compraventa. […]
Por supuesto, la alfabetización no sólo consiste en aprender a leer y escribir. En nuestra cultura es también importante ser capaz de distinguir un publirreportaje de una noticia, y entender el contexto de los delitos de Tom DeLay. Pero casi ningún parroquiano del Royal Lunch* sabe ni siquiera quién diablos es Tom DeLay. Tampoco ven los telediarios nacionales, a no ser que Estados Unidos lance algún ataque contra un país extranjero, o Nueva Orleans esté inundándose. Y si alguno de ellos se tomara la molestia de leer Rebelión en la granja, de George Orwell, difícilmente comprendería que es algo más que una historia de animales.
En nuestra cultura resulta asimismo imprescindible poder interpretar el océano de siglas que nos rodea (IBM, CBS, GM, FBI, CIA…), que aparecen cada día en los anuncios, folletos de grandes corporaciones y gubernamentales, e incluso en las noticias. Sin embargo, la mayoría de la clientela del Royal Lunch ni siquiera sabe la diferencia entre gobierno y empresa, ni entre noticiarios y anuncios o publirreportajes. De ahí la incapacidad de Carolyn (aquel antiguo amor que me encontré en el aparcamiento de Food Lion) para distinguir una auténtica organización benéfica de cualquier negocio engañabobos como el del fabricante de cintas amarillas magnéticas para coche. Contemplada desde el interior del holograma americano, un águila es simplemente un águila, y una cinta amarilla no es más que una cinta amarilla. Los ignorantes que permanecen atrapados en el holograma, la gente como Carol y Bobby, nunca estarán preparados para participar en una sociedad libre, y mucho menos para tomar la clase de decisiones que nos preservan y nos protegen, salvo que de algún modo alguien les haga comprender la importancia de saber leer de verdad.
El problema es que ellos se sienten bastante contentos tal como están. Tanto la televisión como el cine les aportan el entretenimiento necesario para tener de qué hablar —cuando no están discutiendo si la comida del Olive Garden es mejor que la del Steakhouse. Lo mismo ocurre con la mayoría de sus amigos y familiares, ninguno de ellos es el típico rebelde formado por un catedrático de Filosofía, de modo que no están acostumbrados a enfrentarse a ninguna manera distinta de ver las cosas."
Y el problema es que es hacia
este mundo alineado al que también nosotros nos dirigimos bajo la atenta batuta
esquilmadora de nuestro insigne ministro de Educación nacionalcatólica José Ignacio
Wert.
* Nota: el Royal Lunch" es uno de
esos típicos bares estadounidense frecuentado por la clase trabajadora más
humilde de Estados Unidos para emborracharse y olvidar la dura realidad. Algo
parecido pero en real a la famosa taberna de Moe de la
serie "Los Simpson".
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