El adoctrinar a niños en un sistema de creencias rígido, autoritario, dogmático, controlador y por tanto perverso que les inculca que todo es pecado y que si no siguen idiotizadamente al gurú de turno terminarán condenados por toda la eternidad a terribles horrores concluye pasando factura psicológica en la edad adulta, de manera muy similar a la de múltiples enfermedades mentales.
Tal es así que al final el verdadero creyente (ese que no cuestiona y que sigue rígidamente las directrices de su religión) termina desarrollando un trauma que puede manifestarse en síntomas como ansiedad, depresión, miedo, culpa o dificultades para relacionarse con los demás. De tal forma que esos síntomas se diferencian en poco o nada del ya conocido síndrome de estrés post traumático.
Si a eso le sumamos que las religiones encadenan al creyente en rituales repetitivos y mortificaciones físicas varias (incluso llegando a la autolesión o a lesionar a sus propios hijos) el parecido con otra enfermedad psiquiátrica, el trastorno obsesivo compulsivo es más que evidente.
Por todo ello investigadores y psiquiatras no contaminados por el virus de la fe han definido todo ese amplio y grave conjunto de síntomas asociados a la verdadera creencia como una nueva enfermedad psiquiátrica denominada "síndrome de trauma religioso", enfermedad para nada azarosa sino que siempre tiene un origen claro: el control religioso y que debería estar siendo sometida a escrutinio tanto policial como judicial en cualquier sociedad que se considerara mínimamente avanzada y preocupada por los más elementales derechos humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario