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21 de mayo de 2025

La religión es una grave enfermedad mental

Cuando se analiza la religión desde un punto de vista racionalista y desprovisto de toda esa falsa aureola de “bondad”, el cuadro que emerge es que las verdaderas creencias (no la de esos creyentes sociológicos que no pisan el templo nada más que durante su nacimiento y su muerte) son una enfermedad mental más.

El adoctrinar a niños en un sistema de creencias rígido, autoritario, dogmático, controlador y por tanto perverso que les inculca que todo es pecado y que si no siguen idiotizadamente al gurú de turno terminarán condenados por toda la eternidad a terribles horrores concluye pasando factura psicológica en la edad adulta, de manera muy similar a la de múltiples enfermedades mentales.

Tal es así que al final el verdadero creyente (ese que no cuestiona y que sigue rígidamente las directrices de su religión) termina desarrollando un trauma que puede manifestarse en síntomas como ansiedad, depresión, miedo, culpa o dificultades para relacionarse con los demás. De tal forma que esos síntomas se diferencian en poco o nada del ya conocido síndrome de estrés post traumático.

Si a eso le sumamos que las religiones encadenan al creyente en rituales repetitivos y mortificaciones físicas varias (incluso llegando a la autolesión o a lesionar a sus propios hijos) el parecido con otra enfermedad psiquiátrica, el trastorno obsesivo compulsivo es más que evidente.

Por todo ello investigadores y psiquiatras no contaminados por el virus de la fe han definido todo ese amplio y grave conjunto de síntomas asociados a la verdadera creencia como una nueva enfermedad psiquiátrica denominada "síndrome de trauma religioso", enfermedad para nada azarosa sino que siempre tiene un origen claro: el control religioso y que debería estar siendo sometida a escrutinio tanto policial como judicial en cualquier sociedad que se considerara mínimamente avanzada y preocupada por los más elementales derechos humanos.

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