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17 de agosto de 2022

¡Dejad que los niños vengan a mí! ¿o no?

La célebre y criminal doctrina de la Iglesia Católica de que hay que seguir a rajatabla ese demente absurdo bíblico del “creced y multiplicaos” nos lleva al desastre más absoluto.

Y en su obra “El Papa y la bruja” el célebre y también mordaz Darío Fo cuenta la respuesta que se le debería dar a estos iluminados. ¡Que lo disfruten!

 

 

PAPA. ¡Le he oído! ¡Cree que estoy loco, como los demás!

PROFESOR. Pero qué decís, Santidad... Se oye del exterior un griterío de niños.

PAPA. ¡Calle! Escuchen esos gritos... más niños que llegan a la plaza... ¡Cierren inmediatamente todas las ventanas!

La MONJA I, ayudada por la MONJA II, corre a cerrar las ventanas.

PROFESOR. Bien, precisamente, ¿qué es esta historia de que os encerráis aquí por miedo a los niños?

PAPA. Es verdad... (Indica la ventana.) Aumentan a ojos vista... Pero no son ni ellos ni sus gritos lo que me angustia. Lo que ocurre es que me están tendiendo una trampa.

PROFESOR. ¿Quiénes?

PAPA. (Mira furtivo.) Un complot.

PROFESOR. ¿Un complot? ¿Y de qué tipo?

PAPA. ¿De veras no lo intuye?

MONJA II. Si me permitís que intervenga, Santidad, yo creo intuir de qué se trata.

PAPA. Veamos si es usted más perspicaz que el profesor.

MONJA II. Para empezar, al cruzar la plaza me he quedado un rato observando a esos niños, y he advertido que la mayoría son mestizos y mulatos sudamericanos, filipinos, negritos...

PAPA. Va por buen camino. Son niños que proceden del tercer mundo.

MONJA II. Eso es. Luego he preguntado, y he descubierto que casi todos son niños abandonados, huerfanitos...

PAPA. Exactamente. ¡Enhorabuena! (Le indica una butaca.) Siéntese, hermana.

PROFESOR. ¿A qué vienen tantos cumplidos? ¿A dónde quiere Su Santidad llegar?

PAPA. Ánimo, profesor, esfuércese un poco, trate de utilizar su imaginación. A su entender, ¿quién ha recogido a todos esos niños y organizado su traslado a Roma?

MONJA II. Si le sirve de ayuda profesor, creo que se trata de una organización muy poderosa y de gran poder financiero.

PAPA. ¡Exacto! ¿Cómo lo ha intuido?

PROFESOR. No es ningún secreto, está en todos los periódicos, se trata del M.I.D.I.A., es decir, el Movimiento Internacional de Defensa de la Infancia Abandonada.

PAPA. ¿Y por qué motivo ese M.I.D.I.A. se toma la molestia, sin duda muy onerosa, de traer a todos esos niños hasta aquí?

PROFESOR. Pues por la misma razón, supongo, por la que millones de fieles llegan a Roma todos los años. Para ver a Su Santidad en persona, escucharos y recibir vuestra bendición.

PAPA. ¿Ah, sí? Los niños abandonados de África, Brasil, Colombia y la India sienten de manera espontánea, desde que nacen, este impulso irresistible: "Quiero ver al Papa..." "¿No quieres ver a tu mamá?" "¡No, no, quiero ver al Papa!"

MONJA II. Jajá, qué gracioso, Santidad...

PAPA. Gracias, es que soy muy guasón.

MONJA II. A propósito, unos niños de Zambia, cuando supieron que venía a veros, me pidieron que os entregara este arco sagrado (se lo entrega), ¡con sus sellos del Año Santo!

PAPA. Qué bonito, con tantos negritos en nía... Serán autoridades de su religión, cada uno encima de la cabeza de otro, según la jerarquía... Este es un papa, este un cardenal... ¡Imagine si implantásemos esta regla en el Vaticano! Tendría que pasearme con todos mis cardenales en la cabeza, en equilibrio...

PROFESOR. ¿Os dais cuenta, Santidad? Es un gesto lleno de cariño. Yo no me inquietaría tanto. Es evidente que los que han recogido a estos niños han pensado que sería maravilloso que miles de chiquillos, escogidos entre los desheredados de la tierra, pudieran gozar de este extraordinario privilegio.

PAPA. ¿Ah, sí? ¿Y después soy yo el loco, el exaltado? (Entrega el arco a la MONJA I que lo apoya en la pared.)

PROFESOR. No comprendo. ¿Por qué iba a estar yo loco?

MONJA II. Pero, profesor, vamos a ver, ¿es que no le entra la duda de que estos presuntos protectores de la infancia abandonada sean falsos? ¿No es así, Santidad?

PAPA. Así es.

MONJA II. Una organización que se oculta astutamente tras esos fines humanitarios, a saber con qué objetivos.

PAPA. Por fin una persona inteligente. ¡Ha dado en el clavo, hermana!

PROFESOR. Y si no son de esa organización que dicen, ¿quiénes son entonces?

PAPA. Ni más ni menos que un movimiento de fanáticos defensores de la planificación y el control de la natalidad, propagandistas de la libre distribución de anticonceptivos y profilácticos a toda costa.

MONJA II. No me chocaría que tras esa trampa se ocultaran, en calidad de "sponsors", las grandes industrias farmacéuticas e higienoplásticas americanas.

PAPA. No se me había ocurrido. ¡Enhorabuena, hermana!

PROFESOR. Les ruego que me perdonen, pero tengo la impresión que se están volviendo todos paranoicos..., en especial usted, hermana.

PAPA. ¿Ah, sí? Pues entonces los servicios de seguridad del Estado Pontificio se han vuelto paranoicos totales, ya que me pasan estos informes. (Coge de la mesa un vistoso sobre y se lo da a la MONJA II.)

PROFESOR. ¿Por qué, qué dicen?

PAPA. Me informan, minuto a minuto, de los movimientos de estos eximios provocadores, hasta tal punto que puedo anunciaros con un alto margen de aproximación qué es lo que ocurrirá cuando me asome al balcón.

PROFESOR. ¿Qué ocurrirá?

PAPA. En ese preciso instante aparecerán cientos de pancartas con frases en varios idiomas, y al mismo tiempo, por un altavoz portátil empezarán a declamar: "Aquí estamos, Santo Padre, contigo, tú que nos has ordenado amaos y reproducíos... ios ios ios..." Habrá eco. "Dejad que broten copiosas a la luz las criaturas de Dios... ¡qué más da si luego mueren como moscas!"

PROFESOR. (Estupefacto.) ¡No! MONJA I. ¿Dirán esas cosas?

PAPA. Sí. "No importa si después mueren de hambre treinta y cinco millones al año..., si en sólo cinco años cuarenta y ocho millones serán abandonados..., si seguirán analfabetos, desnutridos, detenidos, explotados y desesperados toda su vida. Lo que importa es que nazcan, porque la vida es un bien sagrado, aunque la suya vaya a ser una porquería, Ría ría ría."

MONJA II. ¡Pues sí!

PAPA. ¿Cómo?

MONJA II. Quiero decir que sí... ¡que eso es lo que dirán! (Muestra, incómoda por la metedura de pata, los papeles que tiene en la mano.) Lo dicen los informes.

PROFESOR. Es increíble. Pero la policía logrará detenerlos, y secuestrarles el altavoz...

PAPA. Sí, y entonces soltarán una pancarta gigante, suspendida de cientos de globos (indica una ventana) ahí los podéis ver, dispuestos ya... que subirá por el cielo de Roma, y podrá verse desde cualquier punto de la ciudad.

PROFESOR. ¿Y eso también lo tienen previsto los informes?

PAPA. Sí, sí... punto por punto... (Le entrega unas hojas.)

PROFESOR. ¿Y qué pondrá en la pancarta gigante?

PAPA. (Coge unas hojas de manos de la MONJA II.) "Padre Santo, tú has querido que nacieran estos niños. Has dicho: "Dejad que los niños vengan a mí." ¡Pues toma niños! (Lanza las hojas al aire.) ¡Todos para ti solo!" Y me los soltarán aquí, ¿comprendéis? Cien mil niños en la Plaza de San Pedro... llorando, gritando... hambrientos... ¿Y dónde los meto? ¿Qué hago yo con cien mil niños? ¿Con todos los hoteles, conventos y hostales para la juventud abarrotados por los Mundiales de fútbol? ¡Y encima han eliminado a Polonia!

Las dos monjas recogen los informes.

PROFESOR. ¿Pero cómo pueden esos criminales, después de traerlos hasta aquí, dejarlos tirados, después de traerlos hasta aquí? Esto es un escándalo, una tomadura de pelo... un cachondeo... ¡una putada! (Se interrumpe, abochornado.) Uy, perdón...

PAPA. No existen palabras más apropiadas para definir la situación de obscena mofa en que me voy a ver metido.

PROFESOR. Pero, puesto que estáis enterado, ¿no se podría evitar deteniendo a esos infames?

PAPA. ¿Con qué cargos? Se necesitan pruebas, y sólo las tendremos cuando esos infames se hayan largado. Pero para mí y para la Iglesia habrá empezado el juego del escarnio. Os imagináis qué escándalo... qué ridículo... ¡vaya desastre!

 

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