Los cristianos mienten como cosacos acerca de la tumba de Jesucristo

La ortodoxia cristiana lleva un par de milenios propagando la absoluta mentira de que, tras su crucifixión, el cuerpo del nazareno demente fue bajado y trasladado a una cueva que le serviría de escondite temporal hasta su resurrección. Sin embargo, este mítico relato no se sostiene (como casi todo lo que han afirmado los cristianos) ante el más mínimo escrutinio.

Según los evangelistas (que recordemos escribieron sus cuentos muchas décadas después de la conjeturada muerte del divino bastardo, sin tener relación alguna con los supuestos testigos de las "hazañas" narradas por ellos mismos) tras la muerte en la cruz del nazareno demente:

"José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilatos que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilatos se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús."

Ahora bien, este relato suena más falso que una moneda de 6 euros. En el Imperio Romano la muerte por crucifixión estaba destinada como castigo ejemplar para los enemigos del Estado, por lo que el ensañamiento más duro era una norma inflexible. Así, primeramente se clavaba al convicto de tal manera que no muriera rápidamente, para así prolongar su sufrimiento y su agonía lo máximo posible. Hasta aquí, concuerdan los hechos con el relato bíblico.

Pero una vez muerto el reo, el castigo no terminaba ya que se debía seguir dando ejemplo a familiares, amigos y al resto de la ciudadanía. Es por ello que el cadáver, no solo no era bajado ni pronto (como afirma la Biblia) ni tarde del instrumento de tortura, sino que los restos humanos se dejaban pudrir al aire, quedando además expuestos a las aves carroñeras. Así, cornejas, cuervos y palomas eran habituales de los lugares de ajusticiamiento para darse su festín diario, puesto que no sólo no eran molestados por nadie, sino que hasta podían ser considerados casi "funcionarios del Imperio", ya que cumplían una labor "educativa" con el pueblo: todo el mundo podía visitar el lugar y ver como los cuerpos de los traidores a Roma cumplían condena incluso después de muertos.

Por ello, el que un funcionario público como era Pilatos, que además fue descrito por el filósofo judío Filón de Alejandría como un hombre

"de carácter inflexible y duro, sin ninguna consideración"

y cuyo mandato, según este mismo escritor de Alejandría, se caracterizó por su

"corruptibilidad, robos, violencias, ofensas, brutalidades, condenas continuas sin proceso previo y una crueldad sin límites"

para con los judíos, se saltara las leyes del Imperio delante de todo el mundo, arriesgándose a ser denunciado por cualquier otro diligente funcionario romano (puesto que su falta sería pública y notoria) en favor de un donnadie condenado por alta traición, más pobre que una rata y que además había sido abandonado por sus supuestamente fieles apóstoles, simplemente porque otro judío recién salido de la nada (puesto que su creencia era "secreta")  así se lo pidiese suena del todo inverosímil.

Pero claro, sin el cuento chino de meter en el sepulcro el cadáver del nazareno demente nada más expirar ¿qué narices de cuerpo hubiera quedado después de que cuervos y demás carroñeros hubieran satisfecho su hambre durante tres días completos? En este caso el relato hubiera sido ya demasiado masoquista, incluso para los siempre enfermos mentales que son los seguidores del nazareno alucinado.