El conjunto de estupideces que un creyentes tiene que hacer para complacer a su siempre implacable divinidad es casi infinito. Pero a veces esos mandatos sobrepasan cualquier límite de la decencia moral.
Porque si ya es terrible inculcar a tus hijos el miedo y la represión porque así lo dictaron hace milenios enfermos psiquiátricos analfabetos, el mutilar a tu vástago recién nacido simplemente demuestra que la religión debería ser tratada como lo que es, una epidemia de locura colectiva.
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