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15 de noviembre de 2020

Todas las sociedades han tenido religión ¿y qué?

Uno de los más "poderosos" argumentos en defensa de la religión es ese de que históricamente todas las sociedades conocidas han tenido alguna forma organizada de creencias, como si la antigüedad y la tradición pudiera convertir a cualquier comportamiento o costumbre en algo digno.

 

Hay un error ampliamente extendido entre el mundo del pensamiento, la filosofía y por supuesto la teología consistente en igualar universalidad a bondad o perfección. Según esta deficiente forma de pensar, si algo se ha perpetuado a lo largo de los miles de milenios de nuestra ya larga trayectoria evolutiva tiene que ser automáticamente bueno, deseable y digno de elogio o admiración y por tanto, debe conservarse (inalterado a ser posible) de manera prioritaria.

Y como la religión es uno de esos comportamientos prácticamente universales, ejercidos por casi (si no todas) las formas de organización social que ha desarrollado la humanidad en su devenir, pues los defensores de las creencias argumentan que ello convierte a la religión en un diamante que hay que conservar y a ser posible desarrollar al máximo. Y no pueden estar más equivocados.

Después de más de un siglo de estudio y análisis si hay algo claro (tanto como si estuviera grabado en roca) en la Biología Evolutiva es que los comportamientos de todos los animales (y aquí los humanos somos una especie más sin ningún tipo de protagonismo o diferencia posibles) son seleccionados desde el implacable prisma de la selección natural, mecanismo cuya única propiedad es velar por la máxima difusión de esos egoístas genes y en donde no hay cabida alguna para conceptos como la moralidad. Si algo permite a un individuo o a un grupo de individuos medrar y reproducirse más que otros en un determinado entorno, la selección natural favorecerá ese comportamiento independientemente de si es tan repugnante como el comer excrementos de otros animales como hacen infinidad de especies coprófagas, matar y comerse a las crías de otros machos como el león recién ascendido a jefe de la manada o como el de esa hembra de algunas especies de araña que se comen directamente al macho mientras están todavía copulando por eso de ir acumulando reservas alimenticias para la futura prole en camino.

Así que centrándose en nuestra especie, el constatar que un comportamiento es universal simplemente quiere decir que aquellos antepasados nuestros que, bien individual o colectivamente, no adoptaron dicha conducta simplemente fueron desplazados y se extinguieron (a veces de manera pacífica por simple sustitución y desgraciadamente otras veces por acciones más directas y contundentes) si dejar rastro de su existencia.

Y el ejemplo más evidente de una universalidad humana es el de la guerra, ya que los antropólogos no han encontrado en la práctica ninguna cultura o civilización totalmente pacifista, puesto que es evidente que ese grupo habría sido expulsado a tierras cada vez más inhóspitas en el mejor de los casos, o esclavizado, cuando no exterminado por otras tribus más violentas. De tal manera que milenios de selección natural llevaron a una paulatina pero incesante selección primero de bandas y tribus, pero luego de ciudades y naciones para dar lugar a entidades políticas cada vez más agresivas con sus vecinos, porque la recompensa evolutiva merecía la pena, hasta llegar al actual callejón sin salida de que diversos colectivos humanos han desarrollado armas nucleares tan potentes que un nuevo intento expansionista puede acabar con la aniquilación de los contendientes y ya de paso casi seguramente con la civilización humana tal y como la conocemos. Y es por ello que, salvo unos pocos locos, no habrá nadie que defienda la bondad de la guerra basándose en su universalidad.

Lo mismo se puede decir de otros comportamientos también prácticamente universales como son el racismo y la xenofobia o la discriminación sexual y el patriarcado, comportamientos todos ellos fuertemente anclados en nuestra historia, pero que a día de hoy no pueden ser defendidos más que por los más irracionales y atrasados miembros de nuestra especie.

Y este es el mismo patrón que se desarrolló con el fenómeno religioso, las creencias dan una ventaja a los grupos porque aumentan su cohesión: creer que una tortuga gigante sostiene al mundo y no ese dios cocodrilo al que adoran los impíos del otro lado del río, rezar a la montaña nevada sagrada pero no a esa estupidez de la roca con forma de arco como lo hacen los patéticos hombres del valle y el resto de rituales asociados a una religión delimita claramente una frontera mental infranqueable entre el "nosotros" y el "ellos", de tal manera que todo es sencillo, no hay que pensar nada y está totalmente claro: hay que ser amable y colaborar con los "nuestros" por eso del bien común, aunque sin embargo no sólo está permitido (sino que es casi una obligación "moral") el apropiarse de las tierras, el ganado y por supuesto las mujeres de los "otros", los impíos ya que es una forma rápida de aumentar "nuestra" población si sus recursos (incluidos los vientres de sus ya viudas mujeres) pasan a ser de nuestro dominio.

Y lo mismo que con la guerra, la religión está llegando a ese callejón sin salida en donde varios miles de millones de personas que creen en el nazareno demente y su adúltera madre no puede enfrentarse a los otros miles de millones que adoran al beduino pederasta porque el resultado sería del todo catastrófico para la especie humana.

Y así, la única salida racional que queda es la que se empezó a tomar en Europa tras la Segunda Guerra Mundial con el tema de la guerra: que franceses, ingleses, alemanes y el resto de nacionalidades que llevábamos siglos enfrentándonos en guerras cada vez más crueles y sanguinarias dejaran de lado sus diferencias y empezaran a colaborar todos juntos (aunque sea como hasta ahora, de manera imperfecta), porque la propia supervivencia de todos estaba en juego.

Por ello es hora ya de que, por el bien de todos, los religiosos abandonen sus estúpidas creencias que únicamente fomentan el odio entre distintos grupos, algo que ya no nos podemos permitir en un mundo cada vez atestado de humanos, y empiecen a colaborar como un todo sin que un amuleto, una piedra sagrada, la forma de comer y el tipo de alimentos y demás nimiedades que sólo sirven de etiquetas para diferenciar a unos humanos de otros les sirva de excusa para perseguir o exterminar a los impíos. 

 


 

 

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