Uno de los más repugnantes privilegios que tienen los
cristianos: el arcaico, antisocial y delictivo secreto de confesión ha empezado
a tener su fin en Australia con una nueva ley que obliga a todos los ciudadanos
(incluidos los sacerdotes) a denunciar ante la policía cualquier conocimiento que
tengan de un delito de abuso infantil, sea la forma que sea cómo se enteraron
del mismo.
Los infractores de esta nueva ley serán considerados (como no podía ser de otra manera) encubridores y cómplices del abuso infantil y podrán ser castigados con penas de hasta 3 años de cárcel.
Porque lo que hacen los sacerdotes bajo el arcaico secreto de confesión es colaborar con el malhechor, ayudándole a acallar esa conciencia que le dicta que es simplemente un delincuente y al absolverle de sus delitos (que no pecados) con un par de padrenuestros y poco más, se le da una cómplice y asquerosa “paz” a aquellos que se merecen todo el desprecio de sus conciudadanos y el más oneroso peso de la ley. Porque quizás no haya nada más inmoral que ayudar a un pederasta.
Ahora solo falta que se persiga esa inmoral complicidad de
los sotanados en cualquier otro tipo de delito, y que el ejemplo australiano se
extienda por todo el mundo.
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