Vivimos en una sociedad hipertecnológica absolutamente dependiente de la Ciencia y sin embargo millones de iletrados anticientíficos campan a sus anchas, y lo que es peor, van por el mundo difundiendo a los cuatro vientos su monumental y peligroso analfabetismo.
Quizás no haya nada más chocante en la actualidad que el hecho de que los científicos, esos expertos que han dedicado largas décadas y grandes esfuerzos a expandir el conocimiento humano puedan ser, no sólo ignorados, sino muchas veces despreciados, humillados y hasta insultados por toda una caterva de semideficientes mentales, a la misma altura intelectual (o quizás por debajo) de nuestros primos primates, personajillos mediáticos simplemente por haber cantado un éxito veraniego, haber masacrado a un par de docenas de indefensos astados en un supuesto “arte” nacional, ser tertulianos de medios de comunicación cristiano-fascistas o haber compartido lecho con otro par de famosetes del tres al cuarto.
Pero, como en esta moderna sociedad nadie se hace responsable de sus opiniones, y sobre todo de sus actos, pues estos descerebrados pueden seguir acumulando likes en las redes sociales cuanto más irracionales y estúpidos sean sus comentarios, sin miedo alguno a las consecuencias.
Quizás, para poner un poco de orden biológico se podría crear un listado de negacionistas, antivacunas, defensores del chamanismo pseudomédico y similares y cuando estos analfabetos científicos tuvieran necesidad de los beneficios del conocimiento moderno que tuvieran que pagarlo de verdad. Quizás así, cuando se enfrentaran al dilema de poder morir porque esa medicina científica a la que tanto desprecian les exigiera una onerosa contribución y una total aceptación de su iletrada prepotencia en plaza pública para mofa, befa y escarnio del resto de la ciudadanía empezarían a pensar antes de rebuznar cibernéticamente.
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