Desde finales del año pasado el estado norteamericano de
Nueva York lleva padeciendo el peor brote de sarampión del último cuarto de
siglo, con el agravante de que este virus (prevenible por simple vacunación)
había sido erradicado de todo el continente americano hace más de una década. Y
ahora finalmente el gobernador del estado ha tomado una medida que debería
haber sido obligatoria hace tiempo: derogar los absurdos privilegios
religiosos, esos que en nombre de un remoto diosecillo de la Edad del Bronce
permitía a ignorantes padres el no vacunar a sus hijos.
El gobernador de Nueva York ha
firmado una ley por la que toda persona debe estar vacunada salvo motivos
médicos, dejando al margen de la ley a miles de ultraortodoxos judíos que llevaban años sin
vacunar a sus más que numerosas proles y que han puesto en jaque durante meses a
los servicios médicos del estado, recursos tanto de personal como dinerarios
que bien podrían haberse dedicado a otras enfermedades y/o colectivos y no en
arreglar el desaguisado que han montado aquellos que por leer un viejo (y más que
absurdo) libro se creen en posesión de una verdad absoluta, lo que en este siglo
XXI únicamente demuestra que estos pobres analfabetos deberían estar tutelados por los servicios
sociales ante su más que manifiesta incapacidad para desenvolverse dentro de
una sociedad moderna.
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