Después de años de escritura de este blog y de innumerables
discusiones con supersticiosos de toda índole, tengo que reconocer que la
inmensa mayoría de las veces da igual los argumentos (por sólidos y
contrastados que estos sean) que se utilicen, porque al final el pobre
alucinado seguirá aferrado a su más que ignorantemente erróneo pensamiento.
En esos momentos de desesperanza tengo que reconocer la sabiduría de ese viejo proverbio ruso de
Una verdad cómo un templo...jajaj
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