El
especialista norteamericano en temas alimentarios Frederick Kaufman muestra
en el siguiente artículo como la especulación capitalista en los mercados de
alimentos globalizados ha llevado a una crisis económica, pero también
alimentaria sin precedentes:
La oferta y la demanda sin duda importan. Pero
hay otra razón por la cual los alimentos en todo el mundo se han vuelto tan
caros: la codicia de Wall Street.
Bastó con que las brillantes mentes de Goldman
Sachs cayeran en la cuenta de esta sencilla verdad: nada es más valioso que el
pan nuestro de cada día. Y donde hay valor, hay dinero. En 1991, a los
banqueros de Goldman, liderados por su profético presidente Gary Cohn, se les
ocurrió un nuevo tipo de producto de inversión, un derivado financiero que daba
seguimiento indiciario a 24 productos
básicos, desde metales preciosos y energía hasta café, cacao, ganado
vacuno, maíz, puercos, soja y trigo. Se ponderó el valor de la inversión de
cada elemento, mezclaron y barajaron las partes, y redujeron lo que había sido
un conjunto complicado de cosas reales a una fórmula matemática, que en lo
sucesivo se denominaría Índice de Productos
básicos de Goldman Sachs (GSCI).
Durante una década, el GSCI se mantuvo como un
vehículo de inversión relativamente estático, porque los banqueros estaban más
preocupados por el riesgo y la deuda colateralizada que por las cosas que
podían ser sembradas o cosechadas. Luego, en 1999, la Comisión para el Comercio
con Futuros de Productos Básicos desreguló los mercados de futuros. De
repente, los bancos podían asumir, a su antojo, posiciones en los mercados de
granos, antes desde la Gran Depresión sólo accesibles a quienes realmente
tenían algo que ver con la producción de nuestros alimentos.
Grandes cambios estaban por llegar a las bolsas
de granos de Chicago, Minneapolis y Kansas City, que durante 150 años habían
contribuido a moderar las subidas y bajadas de los precios mundiales de los
alimentos. La agricultura puede parecer algo bucólico, pero es una industria
intrínsecamente inestable, sujeta a las vicisitudes del clima, las enfermedades
y los desastres. El sistema de comercio de futuros de granos apareció después
de la Guerra Civil Americana impulsado por los fundadores de Archer Daniels Midland,
General Mills y Pillsbury, y contribuyó a establecer a Estados Unidos como un
gigante financiero que terminaría superando a Europa. Los mercados de granos
también protegían a los agricultores y molineros de los riesgos inherentes a su
profesión. La idea básica era el "contrato a término", un acuerdo
entre vendedores y compradores de trigo para ponerle un precio razonable aun
antes de su siembra. Así, los futuros de granos contribuían a estabilizar el
precio de una hogaza de pan en la panadería o más tarde, en el supermercado, al
tiempo que permitían a los agricultores protegerse contra los malos tiempos e
invertir en sus fincas y empresas. Resultado: en el transcurso del siglo XX, el
precio real del trigo se redujo (a pesar de un contratiempo o dos, sobre todo
en la espiral inflacionaria de la década de los 70), estimulando el desarrollo
de la agroindustria estadounidense. Después de la Segunda Guerra Mundial, los
Estados Unidos rutinariamente producían excedentes de granos, que se
convirtieron en un elemento esencial de sus estrategias políticas, económicas y
humanitarias, y se calla por sabido que el grano estadounidense alimentaba a
millones de personas hambrientas en todo el mundo.
Los mercados de futuros incluían tradicionalmente
a dos tipos de jugadores. Por un lado, estaban los agricultores, molineros y
almacenistas, agentes del mercado que tienen un interés real y físico en el
trigo. Este grupo no sólo incluye a los productores de maíz en Iowa o a los
productores de trigo en Nebraska, sino también a grandes multinacionales como
Pizza Hut, Kraft, Nestlé, Sara Lee, Tyson Foods y McDonald's cuyas acciones en
la Bolsa de Nueva York suben y bajan, según su capacidad para llevar
comida a precios competitivos a las ventanas de los coches de la gente y a los
estantes de los supermercados. Estos participantes en el mercado se llaman terceros de buena fe, porque
realmente necesitan comprar y vender cereales.
En el otro lado, tenemos al especulador. El
especulador no produce ni consume maíz, soja o trigo; ni dispone de un lugar en
donde almacenar las 20 toneladas de cereales que podría comprar en un momento
dado. Los especuladores hacen dinero a través del comportamiento del mercado
tradicional: comprar barato y vender caro. Y los actores físicos en los futuros
de los granos tienen por regla general dar la bienvenida a los especuladores
tradicionales de su mercado, ya que sus constantes órdenes de compra y venta
generan liquidez y ofrecen a los terceros
de buena fe una manera de manejar el riesgo al permitirles vender y
comprar a su antojo.
Pero el índice de Goldman pervirtió la simetría
de este sistema. Al GSCI no le importan los inveterados patrones
compra-venta/venta-compra. Este novedoso producto derivado fue fabricado para
comprar productos básicos,
y sólo comprar. En la base de esa estrategia que sólo busca posiciones largas
(o compra de futuros) estaba la intención de transformar una inversión en
productos básicos (que antes era de la competencia de especialistas) en algo
que se parecía mucho a una inversión en acciones: el tipo de activos en los que
cualquiera podría poner su dinero y dejar que se acumulara durante décadas
(como comprar General Electric o Apple). Cuando los mercados de productos básicos empezaran a
parecerse a la bolsa de valores, los bancos recibirían nuevos flujos de dinero
en efectivo. Pero la estrategia tenía un defecto, al menos desde el punto de
vista de aquellos de nosotros que comemos: el GSCI no incluía un mecanismo para
vender la mercancía.
Este desequilibrio socavó la estructura recibida de los mercados de productos básicos, al
necesitar que los banqueros compren y sigan comprando: sin importar el precio.
Cada vez que se acercaba la fecha de vencimiento de un contrato a futuro de un
índice de productos básicos, los bancos estaban obligados a "rodar"
su cartera de miles de millones de dólares en órdenes de compra al siguiente
contrato de futuros, para los siguientes dos o tres meses. Y dado que
simplemente el impacto deflacionario de acortar una posición no era parte de la
estrategia del GSCI, los operadores profesionales de granos podían hacer un
gran negocio anticipando las inevitables fluctuaciones que causarían estas
"rodadas". "Me gano la vida con dinero tonto", le dijo el
comerciante de productos básicos Emil Van Essen a Businessweek el año pasado. Los corredores de productos básicos
empleados por los bancos, que habían creado los fondos del índice de productos
básicos, estaban rebosantes de felicidad.
Los banqueros reconocen un buen sistema cuando lo
ven, y decenas de especuladores siguieron el ejemplo de Goldman y se unieron al
juego del índice de productos básicos, incluyendo Barclays, Deutsche Bank,
Pimco, JP Morgan Chase, AIG, Bear Stearns y Lehman Brothers, por reducirnos
sólo a algunos de los vendedores de fondos del índice de productos básicos. Se
había configurado el escenario para la inflación de los precios de los
alimentos que, con el tiempo, tomaría por sorpresa a algunos de los mayores
molinos, procesadores y minoristas en los Estados Unidos y que impactó a todo
el mundo.
El dinero habla. Desde el estallido de la burbuja
tecnológica en 2000, ha aumentado en 50 veces la inversión en fondos del índice
de productos básicos. Para poner el fenómeno en términos reales: en 2003, el
mercado de futuros sobre productos básicos tenía un volumen de sólo 13 mil
millones de dólares. Pero cuando la crisis financiera mundial puso en fuga a
los inversores a principios de 2008, y dado que sus dólares, libras y euros no
encontraban destino fiable, los productos básicos y singularmente, los
alimentos aparecieron subitáneamente como el último y óptimo refugio del
dinero en efectivo de los fondos de cobertura, los fondos de pensiones y los
fondos soberanos. "Había personas que no tenían idea de qué eran los
productos básicos, pero, aun así, los compraban", comentaba un analista
del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. En los primeros 55 días
de 2008, los especuladores vertieron 55 mil millones dólares en los mercados de
productos básicos, y en julio, volcaron 318 mil millones dólares en el mercado.
Desde entonces, la inflación de los alimentos se mantiene estable.
Y el dinero fluía, y los banqueros ya habían
preparado un nuevo casino de derivados de alimentos. Con los precios del
petróleo y el gas (los productos dominantes de los fondos de índices) en
cabeza, los nuevos productos de inversión incendiaron los mercados de todos los
otros productos básicos indexados, causando un problema bien conocido ya para
los versados en la historia de los tulipanes, de las «puntocom» y de los
bienes raíces baratos: una burbuja de los alimentos. El trigo duro rojo de
primavera, que por lo general se vende entre 4 6 dólares por bushel
de 60 libras, batió todos los récords
al alcanzar los futuros los 25 dólares. Y así, entre 2005 y 2008, el precio
mundial de los alimentos subió un 80 por ciento: y sigue subiendo. "Nunca
habíamos visto tanto capital de inversión en los mercados de productos
básicos", declaró Kendell Keith, presidente de la Asociación Nacional de
Granos y Piensos. "No hay duda de que ha habido especulación". En una
nota informativa publicada recientemente, Olivier De Schutter, Relator Especial
de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, concluía que en 2008
"una parte significativa de la subida de los precios [de los alimentos] se
debió a la aparición de una burbuja especulativa".
Lo que estaba pasando en los mercados de granos
no era el resultado de la "especulación" en el sentido tradicional de
comprar barato y vender caro. Hoy en día, junto con el índice acumulado, el
GSCI de Standard & Poor's ofrece 219 diferentes tickers de índices, y los inversores pueden encender sus
sistemas Bloomberg y apostar en lo que quieran, desde paladio hasta aceite de
soja, biocombustibles o ganado. Pero el auge de nuevas oportunidades
especulativas en los granos, el aceite comestible y los mercados de ganado ha
creado un círculo vicioso. Cuanto más aumenta el precio de los productos
alimenticios, más dinero ganan los banqueros y más aumentan los precios. De
hecho, entre 2003 y 2008, ¡el volumen de la especulación de fondos de índices
aumentó un 1.900%! "Lo que estamos viviendo es una crisis de demanda
dimanante de una nueva categoría de participante en los mercados a
futuro", declaró Michael Masters, Gerente de Masters Capital Management,
ante el Congreso de los Estados Unidos en plena crisis alimentaria de 2008.
El resultado de la entrada de Wall Street en los
mercados de granos, piensos y ganadería ha tenido en tremendo impacto en la
producción alimentaria mundial y en los sistemas de distribución. Ahora, la
oferta de alimentos del mundo no sólo tiene que enfrentarse a las limitaciones
de suministro y a los aumentos de la demanda de grano, sino también a este
espurio mecanismo de alza artificial de los precios de los granos creado por la
banca de inversión. Resultado: el trigo imaginario domina el precio del trigo
real, ya que ahora hay cuatro especuladores por cada tercero de buena fe (tradicionalmente, eran sólo una quinta
parte del mercado).
Hoy en día, los banqueros y los agentes de bolsa
están en la cima de la cadena alimenticia: son los carnívoros del sistema, los
predadores del resto del mundo y todo cuanto hay en él. En la base, el sufrido
agricultor; para él, el aumento del precio del grano debería haber sido un golpe
de suerte, pero la especulación también ha creado picos en los precios de todo
lo que necesitan los agricultores para producir su grano, desde las semillas
hasta los fertilizantes, pasando por el diesel. Inmediatamente por encima de
ellos, los consumidores. El estadounidense promedio, que gasta aproximadamente
8 a 12 por ciento de su salario semanal en alimentos, no sintió inmediatamente
la crisis. Pero para los casi 2 mil millones de personas en todo el mundo que
gastan más de 50 por ciento de sus ingresos en alimentos, los efectos han sido
devastadores: 250 millones de personas pasaron a engrosar las filas de los
hambrientos en 2008, con lo que la inseguridad alimentaria rebasó llegó a
golpear a mil millones de personas: una cifra sin ejemplo histórico.
¿Cuál es la solución? La última vez que visité el
Minneapolis Grain Exchange, le pregunté a un puñado de corredores de trigo lo
que sucedería si el gobierno de los EE.UU. prohibiera a los bancos de inversión
las transacciones exclusivamente de compra de los productos alimenticios. Su
reacción: la risa. Una llamada telefónica a un tercero de buena fe como
Cargill y Archer Daniels Midland y un intercambio secreto de activos, y la
participación de un banco en el mercado de futuros, resulta indistinguible de
la de un comprador internacional del trigo. Les pregunté: ¿qué pasaría si el
gobierno prohíbe todos los productos derivados sólo en largo? Una vez más, la
risa. Problema resuelto con otra llamada telefónica, esta vez a una oficina
comercial en Londres o Hong Kong: los nuevos mercados de derivados de alimentos
han alcanzado proporciones supranacionales, y están más allá del alcance de la
ley.
La volatilidad en los mercados de alimentos
también ha destrozado lo que podría haber sido una gran oportunidad para la
cooperación mundial. A mayor costo del maíz, la soya, el arroz o el trigo,
mayor debería ser el empeño puesto por las naciones del mundo en cooperar entre
ellas, a fin de asegurarse de que los países importadores de granos no
provoquen contagios cada vez más dramáticos de inflación y agitación política.
En cambio, los países han respondido con políticas de yo primero, desde
prohibiciones a las exportaciones al acaparamiento y apropiaciones
neo-mercantilista de tierras en África. Y los esfuerzos de los activistas
comprometidos y de los organismos internacionales para frenar la especulación
del grano no han logrado nada. Lo cierto es que los fondos de índices siguen
prosperando, y los banqueros se embolsan las ganancias mientras los pobres del
mundo se tambalean al borde de la inanición.
No te puedes imaginar el asco que he sentido leyendo el artículo. Y unas ganas inmensas de salir a la caza del banquero y el político de turno para acabar con ellos lentamente, muy lentamente...
ResponderEliminarGracias por este artículo tan esclarecedor.
ResponderEliminarLos especuladores nos están llevando más allá del límite que, en otros tiempos, llevaba a una revolución sangrienta con cabezas rodando. Ahora tienen demasiado poder de destrucción y de control, así que no nos conviene que la revolución sea violenta. Confío más en la eficacia de la comunicación, aunque sea verbal, sin tecnología espiable, y en la educación en política y derechos humanos.