Después de más de una década escribiendo este blog hay una constante que se ha repetido hasta la saciedad: es la invariable petición de diálogo en igualdad de condiciones por parte de los creyentes. Y en realidad no puede haber nada más imposible que esta errónea solicitud.
Un dialogo o un debate pivotan sobre un hecho básico, el que ambas partes tienen argumentos más o menos sólidos y que ambas posiciones tienen elementos interesantes que aportar. Sobre esta base se puede debatir sobre innumerables temas, pero en realidad no se puede dialogar o debatir sobre cualquier cosa. Esto es así, porque cuando las dos opciones o los dos puntos de vista están totalmente descompensados no puede haber comunicación productiva alguna. Si una parte presenta "argumentos" totalmente irracionales, no puede haber nunca posibilidad alguna de escapar a la trampa sisífica de volver al punto de partida.
El ejemplo más conocido de ello es la imposibilidad de debatir cuando una de las partes abandona la realidad y hace afirmaciones absurdas, como es el caso de la analogía del "Dragón en el garaje" utilizada por el famoso Carl Sagan en su magnífico libro "El mundo y sus demonios":
Pues lo mismo pasa con los creyentes, ellos se empeñan en pedir respeto a sus posturas, dialogo y debate pero en realidad no tienen necesidad alguna de ser escuchados, puesto que no tienen nada que ofrecer, únicamente presentan una y otra vez el famoso argumento "ad ignorantiam" que se puede resumir en que no se puede demostrar la inexistencia de su dios, aún cuando incluso con este argumento están absolutamente equivocados, puesto que las más diversas disciplinas científicas han demostrado hasta la saciedad los procesos neurológicos y sociales por lo que el ser humano ha inventado el concepto de divinidad.
El ejemplo más conocido de ello es la imposibilidad de debatir cuando una de las partes abandona la realidad y hace afirmaciones absurdas, como es el caso de la analogía del "Dragón en el garaje" utilizada por el famoso Carl Sagan en su magnífico libro "El mundo y sus demonios":
«En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca». Supongamos que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad!
—Enséñemelo —me dice usted.
Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está.
—¿Dónde está el dragón? —me pregunta.
—Oh, está aquí —contesto yo moviendo la mano vagamente—. Me olvidé de decir que es un dragón invisible.
Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón.
—Buena idea —replico—, pero este dragón flota en el aire.
Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible.
—Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.
Sugiere pintar con spray el dragón para hacerlo visible.
—Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.
Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará. Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento concebible válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo le he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo."
Otro ejemplo es de intentar debatir con un niño de 5 años respecto a la existencia de hadas o de los duendes. El adulto podrá argumentar lo que quiera, pero el niño siempre podrá seguir creyendo en esos personajillos que no ha visto pero que él sabe que existen.
Pues lo mismo pasa con los creyentes, ellos se empeñan en pedir respeto a sus posturas, dialogo y debate pero en realidad no tienen necesidad alguna de ser escuchados, puesto que no tienen nada que ofrecer, únicamente presentan una y otra vez el famoso argumento "ad ignorantiam" que se puede resumir en que no se puede demostrar la inexistencia de su dios, aún cuando incluso con este argumento están absolutamente equivocados, puesto que las más diversas disciplinas científicas han demostrado hasta la saciedad los procesos neurológicos y sociales por lo que el ser humano ha inventado el concepto de divinidad.
Ateo666666
ResponderEliminarGran maestro, como siempre. ¿Cuál es la diferencia entre el dios invisible, que dicen que hace milagros que se ha demostrado que no son milagros; que dicen que se encuentra en un lugar que no se puede probar su existencia; que dicen que protege a quien le acredita existencia y vemos que muchos de estos mueren de forma estúpida o en manos de otros anormales? ¿Cuál es la diferencia entre ese dios y un dios inexistente? Excelente.