Una de los mayores engaños y de las
más terribles estafas es cuando se enseña a un niño que rezar tiene alguna
validez. Pero a veces, cuando un niño está verdaderamente educado en el
racionalismo es capaz de mostrar en todo su patético esplendor las vergüenzas
de todos esos simples de mente, analfabetos sumisos y humillados iletrados que cumplen
a rajatabla con el dicho de que
"No hay nadie más ignorante e inútil que aquel, que de rodillas y con los ojos cerrados busca una respuesta."
Así una madre relata esta
divertida, pero también muy profunda anécdota sobre ateísmo y racionalismo, que
muestra descarnadamente la profunda idiocia tras la que se esconden los
creyentes:
"Mi gata necesitaba antibióticos y nos dijeron que también podría necesitar cirugía. Mis hijos estaban llorando y la veterinaria les dijo que si rezaban muy intensamente todo iría bien. Mi hijo de 5 años la miró y dijo: ‘Nosotros no rezamos. Sólo tienes que hacer tu trabajo’. Nunca me he reído tanto en mi vida."
Es
una pena que, en este mundo lleno de cámaras y móviles con grabación no se
hubiera inmortalizado el suceso y la previsible cara de la estúpida veterinaria
que, lejos de realizar con profesionalidad su trabajo, se escondía patética y
cobardemente tras las siempre tan a mano excusas religiosas.
¡Ojalá hubiera más padres
racionalistas en el mundo que supieran educar de verdad, sin engaños ni
mentiras a unos niños cada vez más necesitados de honradez intelectual! porque
quizás uno de los principales derechos de la infancia consiste en recibir una
educación veraz y fidedigna, lo más alejada posible de esas terrible supersticiones que tanto
daño han hecho a la humanidad a lo largo de su ya dilatado devenir.
Otra anécdota de un niño racionalista. Ocurrió a principios de los noventa en un colegio público español:
ResponderEliminarLa profesora explica al grupo de niños de seis años que, cuando mueren, las personas buenas van al cielo. Todos los alumnos callan, menos un crío que pregunta sorprendido: “Profe ¿entonces los muertos vuelan? Yo nunca vi a ninguno”.
A la buena mujer no le pareció oportuna la pregunta, así que llamó inmediatamente a los padres del insolente para quejarse de que su hijo rompía la marcha de la clase diciendo tonterías que “hacían reír a sus compañeros”.
La verdad es que con esos profesores no me extraña que superstición siga campando a sus anchas por este mundo.
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