El cristianismo se ha convertido de facto en una religión atea, porque es cada vez más raro
encontrar a un creyente que cumpla con los preceptos y dogmas de su supuesta
religión.
¿Que el papa prohíbe el divorcio, el aborto o las relaciones
extramatrimoniales? Millones de "católicos" viven sus vidas como si
esos dogmas los hubiese implantado el Dalai Lama. ¡Y bien por ellos!
Así tampoco es raro encontrar a
cristianos que no creen en la existencia del cielo o del infierno. Llamativo es el caso de cuando los
sacerdotes, supuestos garantes de la ortodoxia bíblica, son incapaces de
explicar ni tampoco de entender los oscuros dogmas de su fe.
Pero por supuesto el colmo de la contradicción son esos sacerdotes
que se consideran ¡ateos o agnósticos! o que no
se tragan el cuento chino de la resurrección de Jesucristo porque "es
demasiado sobrenatural" que un muerto resucite al tercer día y se vaya
volando al cielo.
Pero eso sí, estos clérigos ateos bien que siguen parasitando
a la sociedad con sus alzacuellos y sus vacías actuaciones de mala magia de
feria rural, en donde supuestamente convierten el pan y el vino en el cuerpo y
la sangre de Cristo aunque por supuesto la oblea sigue sabiendo a harina y el líquido
sigue emborrachando como siempre.
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