La infanta Cristina en su declaración ante el juez por la trama de corrupción en la que se encuentra inmersa ha venido a decir que ella no se enteraba de nada, que firmaba sin saber ni razonar, que los gastos de sus compras los cargaban a sus tarjetas de crédito tanto su marido como sus guardaespaldas o ya puestos cualquiera que pasara por ahí, que en la fundación y las empresas figuraba su nombre y aunque cobraba suculentos emolumentos en realidad no desarrollaba trabajo alguno y ella era una simple figurante de atrezo y un largo etcétera de absurdas justificaciones que en la práctica la definen como un ser adocenado, manipulado como una marioneta, sin criterio propio alguno y con una capacidad intelectual muy por debajo de muchos de nuestros primos homínidos y al mismo nivel que una oveja de rebaño. Y eso en una persona que ha recibido una supuestamente esmerada educación, acorde con el rango y posición de su insigne familia.
Y todo ello lleva a una cruda pero muy cierta reflexión. El grado de degradación mental que ha mostrado nuestra infanta no es accidental, sino que ha sido el resultado largamente trabajado de docenas de matrimonios entre primos más o menos lejanos durante siglos, mezclándose por tanto una y otra vez los mismos cromosomas para acabar dando como resultado el experimento genético natural que observamos en la actualidad, el conjunto de cuasideficientes mentales que nos reinan con el insigne Borbón a la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario