Año tras año el presupuesto de investigación del estado
español mengua significativamente, de tal manera que en estos últimos cuatro
ejercicios fiscales hemos vuelto a indicadores de principios de siglo y seguimos
empeorando. Y ello es posible por una serie de causas. La primera es que la
ciudadanía no comprende ni qué es ni para qué sirve la ciencia. Y además muchos
de nuestros vecinos piensan que los investigadores somos, en el mejor de los
casos, unos frikis que nos dedicamos a
superficialidades intelectuales sin ninguna conexión con la realidad para
esconder nuestra limitaciones en cuanto a sociabilidad o incluso peor, que nos
dedicamos a oscuras investigaciones con malévolos intereses. Y ello fundamentalmente es debido tanto a la
forma en la que se enseña la ciencia en prácticamente todas las etapas
educativas en España, sin conexión entre el proceso intelectual y de
metodología de experimentación (lo que se resume en el llamado método
científico) y los resultados finales y la aplicaciones beneficiosas que se
derivan de estos estudios,
como al tratamiento que habitualmente artes como la
literatura y el cine han dado a nuestra profesión. Así todos tenemos en mente
ese científico brillante pero loco que, trabajando en la soledad de un oscuro laboratorio,
acaba poniendo en peligro a sus convecinos (y muchas veces a la humanidad
entera) por su ansia ególatra de llegar al conocimiento último sin control
ninguno. Imagino que esto último ocurre porque prácticamente ningún escritor o guionista
o director de cine ha pisado un laboratorio de investigación de los de verdad.
E incomprensiblemente los logros están a la vista.
Prácticamente todo lo que nos rodea, en este mundo hiperdesarrollado del siglo
XXI, es el resultado directo del trabajo de los científicos. Si nos centramos
en el aspecto sanitario, las personas no entienden o se olvidan lo mucho que le debemos a la
ciencia. Desde el momento que nacemos,
los que hemos tenido la suerte de nacer (sólo hay que recordar las terribles estadísticas
históricas de muerte tanto de parturientas como de sus vástagos) hasta el final
de nuestras actuales longevas vidas, cientos de millones de personas del primer
mundo hemos podido sortear enfermedades y accidentes varios que en ausencia de
la medicina científica eran las responsables de las cortas y sufridas vidas de
nuestros antepasados hasta épocas bastante recientes. La gente se olvida que
hasta el descubrimiento de los primeros antibióticos o la invención de los de
última generación, una simple herida infectada o una comida en mal estado podía
acabar con la vida de cualquier persona. Que en ausencia de vacunas, las
epidemias asolaban pueblos y ciudades. Y no hablemos de los nuevos métodos de
detección y análisis médicos que junto con la cirugía avanzada y los trasplantes
salvan la vida de miles de ciudadanos todos los días. Y todos estos increíbles
logros médicos no aparecieron por generación espontánea sino que por el
contrario fueron el resultado del esfuerzo y la genialidad de miles de
científicos a lo largo de los últimos dos siglos, aunque los primeros indicios
de la Teoría
Microbiana hunden sus raíces en el lejano Renacimiento.
Y ya sé que se puede decir que el aporte español ha sido tradicionalmente
escaso a este conjunto impresionante de logros, pero por ello y con más razón ya
es hora de que nuestro modesto país aporte su grano de arena a esta empresa
común, quizás la más importante de todas las emprendidas por la humanidad.
Porque invertir en ciencia ahora es el mejor seguro de vida, plan de jubilación
o herencia que podemos dejar a nuestros descendientes, ya que con el paso del
tiempo siempre se ha demostrado que cualquier inversión en investigación
reporta grandes beneficios al conjunto de la sociedad. Y argumentar como están
haciendo nuestros políticos faltos de luces y cortos de miras, que en esta época de crisis la inversión
científica debe ser prescindible recontando cada año unos pocos cientos de
millones de euros del presupuesto, cuando se siguen regalando decenas de miles
de millones de euros a una secta de adoctrinadores prehistóricos sotanados
o dilapidando cientos de miles de millones de euros en ocultar la irresponsable
avaricia de banqueros depredadores, además de demagógico es directamente
irracional e injustificable en todo punto.
Pesimista reflexión final
España es un país de pandereta. Mientras continúan y se
acentúan los recortes en sanidad, ciencia o educación, lo
único que moviliza a la gente es la desaparición de un equipo de fútbol. Y
para más inri la mayoría de ellos deben cientos de millones de euros a la
hacienda pública. Vergonzoso y deprimente.
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