En una entrada
anterior presenté un reciente estudio que mostraba cómo es normal entre los
adeptos a las teorías de la conspiración creer incongruentemente a la vez en dos
teorías totalmente contradictorias sin bloquearse por esta imposibilidad lógica.
Por supuesto este comportamiento tan chocante e absurdo no es exclusivo de un
pequeño número de personas marginales, sino que en realidad es la base fundamental
que ha permitido la existencia y el mantenimiento a lo largo del tiempo del
fenómeno mágico-religioso en toda su extensión a pesar de su patente
irracionalidad.
Para entender este fenómeno hagamos un poco de historia. En
los años 50 del siglo pasado, el psicólogo social estadounidense Leon Festinger se
encontró con una noticia en un periódico local en la que se decía que durante
sus múltiples visitas, un alienígena del planeta Clarión que era la nueva
identidad del Jesucristo bíblico, había revelado a una ciudadana del estado de
Utah un inminente cataclismo global que destruiría la Tierra. Pero como siempre
queda la esperanza, algunos elegidos podrían salvarse antes del desastre al ser
rescatados por naves alienígenas. El investigador y su equipo deciden estudiar a
la señora y a los seguidores de este culto milenarista recién nacido para
analizar la reacción del grupo ante el inexorable incumplimiento de sus tan ominosas
pero erróneas creencias. Los estudiosos razonaron, que cuando pasara el momento
profetizado por el divino extraterrestre para la destrucción y este apocalipsis
geológico que abriría la puerta a lo que denominó “la época de la luz” no
tuviera lugar, la secta se enfrentaría ante un terrible dilema: deberían
cambiar profundamente o abandonar sus creencias o por el contrario buscar nuevas
estrategias para reconfirmar sus dogmas revelados pero incumplidos. Su
hipótesis de trabajo era que la fundadora y aquellos miembros más implicados en
la nueva religión no abandonarían sus creencias tras el estrepitoso fracaso
sino que por el contrario redoblarían sus esfuerzos de proselitismo sectario
mientras que el resto buscarían nuevas alucinaciones. Para estudiar todo ello
en detalle se infiltraron en el grupo y analizaron desde dentro tanto la
dinámica del mismo como las motivaciones y reacciones de cada miembro de la hermandad
ufológico-cristiana en las diferentes fases del proceso. Al final, aunque no
hubo rescate cristiano-alienígena ni fin del mundo, la secta no desapareció sino
que los creyentes más convencidos encontraron una justificación que les
permitía continuar: el mundo había sido salvado para que ellos diseminaran la
buena nueva de “la época de la luz” al resto de la humanidad. Vamos como la coartada
cristiana clásica que se inventó Saulo de Tarso y sus colegas hace ya dos
milenios, pero en la sociedad tecnológica del siglo XX. Este estudio permitió
formular el concepto de disonancia
cognitiva, que postula que cuando los hechos entran en franca oposición con
un credo o dos tipos de creencias chocan entre sí en la mente humana, el
individuo tiende a modificar su apreciación de la realidad o a buscar una
justificación espuria en la que en realidad no cree pero que le permite reducir
el nivel de contradicción sin tener que abandonar el dogma al que se aferra de
forma manifiestamente errónea.
Por supuesto, la teoría
de la disonancia cognitiva es aplicable a cualquier conflicto cognoscitivo del
cerebro humano: las justificaciones inventadas de los fumadores que saben que
el tabaco produce cáncer para poder seguir así con su nocivo hábito, la defensa de la tortura en nombre de la salvaguardia
un supuesto valor superior, etc. Y hasta se han
localizado las regiones del cerebro implicadas en la resolución de estos
conflictos mentales: el córtex del
cíngulo anterior y la corteza
insular.
Así que habría que analizar por tomografía
por resonancia magnética el cerebro de Benedicto XVI o ya puestos de cualquier
sacerdote, rabino, ulema o mediador de lo divino para observar in situ como las zonas brillantes de
estas regiones cerebrales se salen de escala mientras intentan justificar las evidentes
contradicciones intrínsecas de sus respectivas religiones. Así además podríamos
establecer un ranking científico de cuáles son las más irracionales, aunque
mucho me temo que la competición estaría tan igualada que iba a ser
prácticamente imposible determinar un ganador.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMagnifica exposición. Saludos
ResponderEliminarAsí es como en realidad funciona el conjunto de creencias en el individuo y porque es tan difícil renunciar a ellas
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