En el mundo occidental hemos llegado a
controlar (con mayor o menor éxito o fortuna) una de las más dementes locuras
de la religión, que es la creencia en demonios y posesiones, aun cuando todavía
de vez en cuando el mediador de lo divino de turno nos sorprenda con sus
apocalípticas diatribas de seres demoniacos campando a sus anchas por nuestras
tecnológicas ciudades (tanto españolas
como del resto
del mundo) y amenazando la paz espiritual de esos incautos seres carcomidos
por el cáncer de la fe. Declaraciones éstas que, afortunadamente la mayoría de
los ciudadanos recibimos con una mezcla de incredulidad y sarcasmo, pensando
que estos ancianos seniles vestidos de carnaval bien harían en retirarse a una
clínica especializada en curas de reposo y tratamientos farmacológicos para
intentar equilibrar sus maltrechos cerebros y vivir sin alucinaciones durante
los pocos años que les resten de vida. Pero muy desgraciadamente, fuera de la
burbuja cuasiracional de los países occidentales la realidad es muy distinta y estas
supersticiones tienen gravísimas consecuencias para los de siempre, los más
débiles.
Así, hace
algún tiempo comenté las espeluznantes estadísticas sobre brujería,
posesiones demoniacas, exorcismos y persecuciones que se extienden descontroladamente
por toda África contra miles de mujeres y niños, acusados de brujería por sus
propios e ignorantes convecinos y familiares y con el beneplácito, la colaboración
y la guía de las diversas religiones que parasitan al pobre y olvidado
continente negro. Pues bien, estos fanáticos comportamientos lejos de circunscribirse
al cristianismo también ocurren bajo las supuestamente pacificas religiones
orientales, ya que tal y como denuncian
diversos medios de comunicación de la India, sólo en la última década de
este siglo XXI varios miles de personas acusadas de brujería han sido
asesinadas en el país. Y por supuesto son los niños y las mujeres o muy jóvenes
o ancianas, pertenecientes casi siempre a las clases más pobres y a las castas
más inferiores, los que sufren las consecuencias de esta terrible mezcla de
ignorancia y fanatismo en cuanto ocurre alguna desgracia en el seno de la
familia, la aldea o la tribu, por lo que podrán imaginar que, en un país asolado recurrentemente
por monzones, sequías, hambrunas, enfermedades y el largo etcétera de calamidades a
las que se enfrentan estos habitantes olvidados del más miserable tercer mundo, ocasiones nunca faltan
para denunciar a una bruja por su supuesta perversa influencia. Y
desgraciadamente, frente a estos hechos las autoridades de país muestran un
criminal comportamiento que oscila entre el abandono o la desidia y hasta a veces el
encubrimiento e incluso la colaboración con estos delitos medievales, que muy
desgraciadamente siguen siendo tolerados en medio mundo por el incuestionable, sacrosanto
y mal entendido derecho a imponer las creencias por muy desatinadas, irracionales o criminales que estas sean.
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