Sobre el tema de la religión cualquier persona mínimamente racionalista solo puede llegar a una inevitable conclusión: la única forma que tenemos de distinguir entre la enfermedad mental y las creencias es el número de adeptos.
Porque es evidente que si alguien afirma que ve volando en su jardín a un elefante rosa, que habla con su amigo duende o con un hada o que el ratoncito Pérez le ha dado 5 euros por esa muela cariada que se le ha caído a la provecta edad de 70 años nadie en su sano juicio dudaría que ese pobre desgraciado necesita cuanto antes de experta atención psiquiátrica.
Pero sin embargo, esos millones de descerebrados que afirman sin pudor alguno que después de "hablar" con su amigo imaginario las hemorroides, el resfriado o el cáncer más letal han desaparecido, deben tener no solo nuestro respeto sino además nuestra admiración.
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