En el ya antiguo e irresoluble choque entre Religión y Ciencia hay un “argumento” al que se aferran los creyentes cuando el resto de sus “pruebas” han quedado invalidadas: la falacia ad ignorantiam.
El eterno enfrentamiento entre el racionalismo y la superstición, entre el conocimiento real y las meras invenciones de algunos de los menos dotados intelectualmente y más desequilibrados psíquicamente miembros de nuestra especie casi siempre termina de la misma manera, afirmando rotundamente el creyente que:
"no se puede demostrar la inexistencia de dios, porque no se puede demostrar la inexistencia de algo."
Y con ello nuestro pío individuo “piensa” muy ufano que ha ganado el debate porque en su más que limitado raciocinio si no se demuestra la inexistencia de su Superman extraterrestre, entonces es que ese famoso primo de Zumosol que todo lo puede existe de verdad.
Y todo este “razonamiento” no es más que una variante típica de la falacia informal denominada argumento ad ignorantiam, ya que la tesis no se basa en el conocimiento, sino por el contrario en la falta del mismo, es decir, en la ignorancia.
Es evidente que esta falacia puede servir de excusa para “demostrar” cualquier idea o concepto por más peregrino, absurdo o incluso demencial que sea ¿puedes demostrar la inexistencia de los duendes, las hadas, los elfos, los espíritus, Papá Noel o la famosa Tetera de Russell? Entonces, todo esto y más existe como realidad.
Sin embargo, varios milenios de racionalismo (Grecia clásica y en el Sureste Asiático principalmente) y sobre todo algunos siglos de Ciencia (inicialmente occidental) han demostrado que la única forma eficaz de generar conocimiento y de comprender la realidad es comenzar cualquier disquisición con la hipótesis más simple y con menos afirmaciones posible e ir añadiendo cuidadosamente solo aquellas premisas que vayan siendo absolutamente necesarias, concepto filosófico denominado la navaja de Occam.
Por el contrario, los creyentes eligen sin ningún tipo de análisis o de prueba adherirse ciegamente a la teoría más infinitamente compleja posible, como es la de la existencia de una entidad omnipotente y ajena al espacio-tiempo que, por pura lógica, debería ser infinitamente mucho más compleja que el propio Universo al que supuestamente intenta explicar, lo que al final (salvo para los más iletrados miembros de nuestra especie) termina en realidad por no explicar nada de nada.
Sin embargo, y aunque a los siempre poco informados creyentes les sorprenda, la Ciencia ha hecho algo mucho mejor que demostrar la inexistencia de los dioses: ha encontrado el origen de la divinidad. Porque la Ciencia tiene una sorprendente característica consistente en responder a preguntas que nunca ningún investigador se ha planteado.
Científicos que trabajan en campos diferentes planteando, validando o refutando hipótesis más o menos concretas que en principio no parecen tener ninguna relación, pueden en el fondo estar contribuyendo a responder a grandes preguntas que nadie ha osado plantearse.
Y así, aunque ningún científico se haya planteado nunca validar o refutar la “hipótesis de dios” por ser en principio algo casi ajeno a la experimentación, resulta que casi por arte de magia (científica por supuesto) hace ya bastante tiempo que tenemos la respuesta gracias a la inesperada colaboración de investigadores de las más diversas ramas del saber.
Porque a lo largo de este último siglo miles de experimentos en antropología, biología evolutiva, historia, neurociencia, psicología y hasta psiquiatría, llevados a cabo por los más diversos especialistas de todo el mundo pueden asociarse para concluir de manera inequívoca que la creencia en dioses en particular y que la religión en general son “simples” constructos mentales que emergen de la particular forma de razonar que tiene el cerebro humano a los siempre inexorables designios de la selección natural.
Es decir, la conclusión de todos estos estudios es que la necesidad de creer en un “diseñador universal” es simplemente un invento humano achacable a nuestra falible forma de pensar, evolutivamente adaptada para dar respuestas rápidas (aunque estas puedan ser erróneas, como es el caso de la religión) frente a la complejidad de un mundo que claramente sobrepasaba el pobre conocimiento que tenían nuestros antepasados cazadores-recolectores.
Algo similar a lo ocurrido con la “hipótesis de los elefantes rosas” de los alcohólicos, que múltiples estudios de Fisiología, Neurociencia y Psiquiatría han hecho algo mejor que demostrar la inexistencia de estos entes: han demostrado de son el resultado de complejos eventos neuronales provocados por el síndrome de abstinencia.
Y si se mira con perspectiva hay poca diferencia neuropsiquiátrica entre alcohólicos y profetas, puestos que estos últimos también suelen ser adictos a todo un conjunto de sustancias psicotrópicas o practicar diferentes procesos que alteran o incluso destruyen la conciencia como son el ayuno, la falta de sueño, el masoquismo, la soledad y demás mortificaciones, eso sin tener en cuenta que muchos de estos “elegidos” por la divinidad serían diagnosticados sin ninguna duda en la actualidad como enfermos psiquiátricos.
P.D:
Y de regalo un video sobre este tema.
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