El orbe católico parece estar plagado de reliquias, esos repulsivos restos humanos de los grandes padres de la Cristiandad. Sin embargo, la verdad es mucho más prosaica.
Los católicos llevan venerando cerca de un milenio esa Sábana Santa, los varios lienzos de la cara del nazareno demente, que se exponen diversas iglesias europeas y sobre todo ese inconmensurable ridículo del Santo Prepucio que, como buen objeto milagroso, estuvo expuesto hasta en 14 iglesias católicas repartidas por media Europa.
Y estos y otra casi infinita lista de reliquias de santos y padres de la Iglesia que, siempre milagrosamente aparecen siglos o incluso milenios después de que el fallecido fuera pasto de los gusanos son más falsos que una moneda de 6 euros. Ahí tenemos el ejemplo de la tumba del Apóstol Santiago que, aunque falleció en Palestina según todas las crónicas, su tumba fue “hallada” mil años después de su muerte en la alejada Galicia ¡toma milagro!
Pues bien, tal y como muy incisivamente indica el laureado y siempre genial Peter Atkins, quizás la única reliquia verdadera que exista en toda Italia sea el dedo de Galileo Galilei ¡una ironía solo comprensible para aquellos que no tenemos totalmente inutilizado el cerebro por el siempre letal virus de la fe!
De no haberse retractado en su momento sería lo único que hubiera quedado de él en ese momento: los aleluyos aman (con alegría) matar, para después (con llanto) adorar
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