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No hay nadie más ignorante e inútil que aquel, que de rodillas y con los ojos cerrados busca una respuesta.


PARA SU INFORMACIÓN: Los ateos no creemos en ninguno de los 2.700 dioses que ha inventado la humanidad, ni tampoco en el diablo, karma, aura, espíritus, alma, fantasmas, apariciones, Espíritu Santo, infierno, cielo, purgatorio, la virgen María, unicornios, duendes, hadas, brujas, vudú, horóscopos, cartomancia, quiromancia, numerología, ni ninguna otra absurdez inventada por ignorantes supersticiosos que no tenga sustento lógico, demostrable, científico ni coherente.

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13 de febrero de 2022

El desmesurado ego de los creyentes

Aunque los creyentes presumen de humildad, la realidad es la contraria porque es evidente que no puede haber nadie menos humilde que ese que tiene la más absoluta certeza en que todo el inabarcable Cosmos en el que vivimos ha sido creado para su uso y disfrute por una entidad omnisciente y todopoderosa, divinidad que además parece tener como principal misión satisfacer los insignificantes anhelos de un monos con poco pelo y menos raciocinio.

Y quizás el ejemplo más claro de ese insolente ego se da en los siempre tan particulares EEUU de Norteamérica, en donde millones de descerebrados cristianos creen que el nazareno demente, ese analfabeto profeta que fue pasto de gusanos hace dos mil años y cuyos restos forman ya parte de las rocas de algún secarral palestino, aparecerá cualquier día de estos (allá por Montana, Utah o una de las dos Dakotas, que ya sabemos la afición que tienen los dementes por los puebluchos de paletos) para traer el Armagedón a un planeta ya de por sí bastante castigado por la violencia de unos bípedos sobrados de testosterona.

 

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