El egocentrismo de los creyentes está más que probado, pero
ello no es óbice para que no deje de sorprender esa candidez tan infantil que, rayana
con la deficiencia mental, muestran una y otra vez los piadosos cuando intentan
explicar e incluso controlar lo inevitable.
En este hipertecnológico siglo XXI debería ser más que evidente que
los desastres naturales son consecuencia directa primeramente de la
climatología y cada vez en mayor medida de los efectos causados por el
calentamiento global producido por el homo tecnológico. Y por supuesto, a estas
alturas de la vida nadie asume que los huracanes son resultado de los caprichos
de ese antiguo dios Éolo, señor de los vientos griegos.
Sin embargo, en las tierras de la soleada Florida americana
campan a sus anchas unos pobres iletrados, que por no haber abandonado esa infantil
(y más que perniciosa en la vida adulta) costumbre del amigo imaginario, creen
que todo el Universo gira a su alrededor y aunque ellos puedan ser más zoquetes
que un cubo, sin embargo “piensan” (lo que es evidentemente una más que grandísima
ironía) que una adúltera judía que supuestamente subió al Cielo en cuerpo y
alma (y a mí no me pregunten que respira y que come y sobre todo adónde van las
deposiciones de tan particular entidad) les va a librar de esos cada vez más habituales huracanes
tropicales (que año sí y año también se llevan por delante miles de casas de
piadosos cristianos estadounidenses) si se postran humillados a rezar en la
Basílica de Nuestra Señora del Mar en Cayo Hueso.
Y de lo que no se dan cuenta estos pobres descerebrados es que si la zarza colérica, la adúltera judía o ya puestos San Apapurcio mártir tuvieran algo que ver con el clima únicamente se demostraría que son unos perversos criminales muy por encima de psicópatas y genocidas humanos.
Conseguir que Dios te escuche es más difícil que hacer gárgaras con talco. Muchos dicen que la fe mueve montañas, pero la dinamita ha resultado ser más eficaz.
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