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6 de abril de 2019

A la siempre ávida de sangre Zarza Ardiente le gusta el dolor humano

Uno de los hechos más demostrados en el tema de la religión es que en el nombre de las creencias se pueden justificar las mayores atrocidades. Y para ello no es necesario remontarse a tiempos remotos, sino que día a día los mediadores de lo divino muestran con total indecencia su falta de empatía y su perversa sumisión a unos dioses siempre ávidos de sangre humana. 


Y así lo ha recalcado el cavernícola obispo de Alcalá con la reciente polémica sobre la regulación de la eutanasia. Frente a un matrimonio totalmente destrozado tras tres décadas de sufrimiento por la terrible enfermedad de la mujer, que al final no pudo aguantar más y pidió en reiteradas ocasiones poder acceder a una muerte digna que acabara con su casi infinito sufrimiento, que como no podía ocurrir de manera legal tuvo que ser su propio marido el que lo llevara a cabo con las futuras consecuencias penales a las que se enfrenta, este Torquemada sotanado ha declarado desde su irracional y más que ofensivo delirio religioso que 
“El dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre”. 
Es decir, que su más que criminal diosecillo es un simple psicópata que le gusta que pobres seres humanos sean carcomidos por el cáncer y padezcan terribles dolores para así demostrar todo su terrible poder. Y para que quede claro de qué estamos hablando este obispo, que debería estar viviendo en la más remota Edad Media, ha sentenciado 
“Un ser humano no pierde la dignidad por sufrir; lo indigno es basar su dignidad en el hecho de que no sufra (…) Enfrentarse al sufrimiento sin Cristo es lo que hace tambalear todos los principios y nos coloca ante la encrucijada de la vida sin más bagaje que nuestros sentimientos y emociones”. 
Así que yo simplemente le deseo que sus anhelos le sean recompensados con un largo y agónico cáncer terminal, de esos en los que se retuerza de terribles dolores durante semanas o mejor durante largos meses. 

Y por supuesto, para que goce al completo de la obediencia al Psicópata Mayor que los médicos no le administren durante toda su larga agonía ningún calmante que desvirtúe esa tan bonita experiencia mística de dolor y sufrimiento a la que parece aspirar tan irresponsablemente. 



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