Uno de los más simples argumentos de los creyentes en
defensa de su fe es ese de que ¿qué mal hace que ellos crean?.
Y como siempre, las personas religiosas en su más que
evidente pobre raciocinio se olvidan de que lo importante de la religión no es
que uno o cien millones de simples mentales crean en un dios elefante o
cocodrilo, en estúpidas relaciones sexuales zoofílicas con alienígenas
celestiales ¡qué asco por cierto!, en profetas pederastas y vírgenes adúlteras
o en cualquiera de la infinidad de disparates que inventaron ciertos enfermos
mentales de la más remota antigüedad. Porque la gente puede creer en lo que
quiera, en extraterrestres con forma de paloma o en extraterrestres voladores
con los calzoncillos por encima del pantalón y sensibles a la kriptonita,
siempre y cuando ello quedara solo en eso.
Sin embargo la principal característica de la religión no es
la creencia, sino la imposición de la creencia hacia el resto, hacia los no
creyentes. Primero, inculcando esas delirantes estupideces en la propia prole y
de ahí (como decía el célebre personaje de la pantalla cinematográfica) hasta
el infinito y más allá, porque el proselitismo en su variante más pacífica, con
esos alucinados que pregonan la palabra de su dios en la calle, en el metro o
puerta a puerta o hasta llegar a la más drástica, consistente en lapidar a
blasfemos, herejes, ateos y demás gentes de mal vivir es lo que define verdaderamente
a la religión.
Son los creyentes, azuzados por intransigentes mediadores de
lo divino vestidos con sotana, ataviados con turbante o que llevan largos tirabuzones
a los que les importa (y mucho) lo que los demás hacemos en la cama, lo que
comemos y lo que dejamos de comer, cómo vestimos, cómo obramos y sobre todo qué
pensamos. Y encima no sólo nos exigen que vivamos según sus más ridículas
costumbres, sino que además lo tenemos que hacer con devoción y decoro y por
supuesto pagando de nuestro dinero todos sus megalómanos y más que ridículos
gustos.
Por eso a los ateos aunque no nos importa lo que crean
los creyentes, sin embargo es más que vital para nosotros combatir esas
creencias, ya que de generalizarse acabarán retrotrayéndonos ¡a todos! a esas
no tan lejanas épocas (en el Occidente más o menos civilizado, porque el mundo
musulmán sigue muy desgraciadamente allí anclado) en donde solo no se podía
dejar de creer, sino que además había que hacerlo de una única y más que
determinada manera, y que atreverse a no hacerlo conllevaba el oprobio, cuando no la
más terrible de las muertes.
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ResponderEliminarClaro aplausos para el autor, soy ateo de grande quiero ser como mi youtuber favorito antihéroe de ateismo brillante, creo en la nada capaz de crear la singularidad por el azar y no en la inteligencia como un principio. El mundo no necesita profecionistas, ni científicos, ni moralistas sino ateos.
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