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12 de junio de 2018

Los más que oscuros orígenes de la genealogía de Jesucristo

Lejos de esa tan estúpida sarta de pobres invenciones que llevan adorando los cristianos durante dos mil años, hay una realidad mucho más prosaica que ya fue expuesta en el ya más que lejano siglo II EC, cuando el cristianismo empezó a despuntar en el Imperio Romano. El filósofo griego Celso lo deja más que claro en una obra más que perseguida por el poder de la iglesia durante más de 2.000 años: 


"Comenzaste por fabricar una filiación fabulosa, pretendiendo que debías tu nacimiento a una virgen. En realidad, eres originario de un lugarejo de Judea, hijo de una pobre campesina que vivía de su trabajo. Esta, culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de profesión. Expulsada así y errando de acá para allá ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. Más tarde, impelida por la miseria a emigrar, fuese a Egipto, allí alquilo sus brazos por un salario; mientras tanto tu aprendiste algunos de esos poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios; volviste después a tu país, e, inflado por los efectos que sabias provocar, te proclamaste dios.

Es verdad que, cuando tuvo lugar tu bautismo por Juan en el Jordán, alegas que en ese momento preciso una sombra de pájaro descendió sobre ti desde lo alto de los aires y que una voz celeste te saludo con el nombre de Hijo de Dios. Mas ¿qué testimonio digno de crédito vio ese fantasma alado? ¿Quién oyó esa voz celeste que te saludaba con el nombre de Hijo de Dios; quien, sino tu solo y, si debemos creerte, uno de los que fueron castigados contigo?

Cuentas que algunos caldeos, no pudiendo contenerse ante el anuncio de tu nacimiento, se pusieron en camino para venir a adorarte como Dios, cuando aun estabas en la cuna; cuentas que dieron la noticia a Herodes el Tetrarca, y que este, temiendo que tu usurpases el trono cuando fueses mayor, hizo decapitar a todos los niños de la misma edad, para hacerte perecer infaliblemente. Pero si Herodes hizo eso movido por el temor de que más tarde ocupases su lugar, ¿por qué tu no remaste cuando llegaste a ser mayor? ¿Por qué te vieron entonces, a ti, Hijo de Dios, vagabundo de infelicidad, doblegado por el pavor, desamparado, recorriendo el país con tus diez o doce acólitos reclutados entre la ralea del pueblo, entre publicanos y marineros sin heredad ni hacienda, y ganando precariamente la subsistencia? ¿Por qué fue preciso que te llevasen para Egipto? ¿Para salvarte del exterminio de la espada? Pero un Dios no puede temer a la muerte. Un ángel vino a propósito desde el cielo para ordenarte a ti y a tus padres la huida. El gran Dios que ya se había tomado la molestia por ti de enviar dos ángeles ¿no podía entonces proteger a su propio hijo en su propio país?

El cuerpo de un Dios no podría estar hecho como el tuyo; el cuerpo de un Dios no sería formado y procreado como el tuyo lo fue; el cuerpo de un Dios no se alimenta como te alimentaste; el cuerpo de un Dios no se sirve de una voz como la tuya, ni de los medios de persuasión que tu empleaste. ¿Acaso tu sangre, que corre por tus venas, se parece a la que corre por las venas de los dioses? ¿Qué Dios, que Hijo de Dios, es aquel cuyo padre no puede salvarlo del más infame suplicio y que no puede el salvarse a sí mismo?

Tu nacimiento, tus acciones, tu vida, no son las propias de un Dios, sino las de un hombre odiado por los dioses y las de un miserable gueto." 

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