En todo el mundo miles y miles de brokers que trabajan para
sociedades de bolsa o grandes bancos multinacionales "invierten" los
ahorros de cientos de millones de personas de manera supuestamente profesional,
cuando en realidad cobran millonarios sueldos y pluses varios por hacer un
trabajo que hasta un chimpancé podría realizar.
El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman desvela
en su interesante libro "Pensar deprisa, pensar despacio" la
verdadera realidad de estas supuestas inversiones "profesionales": un
simple juego de azar en el que los supuestos expertos no tienen ni la más
remota idea de lo que hacen, de tal manera que sería más rentable decidir las
inversiones lanzado un dado al aire y así al menos los personas que tienen su dinero en
los diferentes fondos de inversión y planes de pensiones se ahorrarían los más
que millonarios sueldos de estos estafadores de cuello blanco.
Les dejo con lo escrito por Kahneman sobre el tema ya que no
tiene desperdicio:
Hace unos años se me presentó una oportunidad única de examinar de cerca la ilusión de sagacidad financiera. Me habían invitado a hablar a un grupo de asesores financieros de una empresa que ofrecía asesoramiento y otros servicios a clientes acaudalados. Solicité algunos datos para preparar mi ponencia, y me proporcionaron un pequeño tesoro: Una hoja de cálculo que resumía los resultados de inversiones realizadas por unos veinticinco asesores anónimos en ocho años consecutivos. Las cuentas por asesor y año eran, en cada uno de ellos (la mayoría eran varones), el principal factor determinante de sus dividendos al cabo de un año. Clasificar a los asesores por sus resultados anuales y determinar si había entre ellos diferencias persistentes en aptitud, y si los mismos asesores obtenían regularmente mejores rentabilidades para sus clientes año tras año, fue tarea fácil.
Para responder a esta pregunta, calculé los coeficientes de correlación entre las clasificaciones por cada par de años [...] Conocía la teoría y estaba preparado para encontrar pocas evidencias de persistencia de aptitudes. [...] No se encontraron correlaciones consistentes que indicasen diferencias de aptitud. Los resultados se asemejaban a lo que se esperaría de un juego de dados, no de un juego de inteligencia.
Nadie en la firma parecía ser consciente de la naturaleza del juego que sus inversores estaban jugando. Los propios asesores creían que eran profesionales competentes desempeñando una profesión seria, y eso creían también sus superiores. La noche anterior al seminario, Richard Thaler y yo cenamos con algunos de los principales ejecutivos de la firma, que son los que deciden según la magnitud de los dividendos. Les pedimos que estimaran la correlación entre año y año en las estimaciones de asesores individuales. Ellos creían conocer lo que ocurriría y sonrieron cuando dijeron: «No muy altas» o «La rentabilidad sin duda fluctúa». Pero enseguida vi con claridad que ninguno esperaba que la correlación media fuese cero.
Nuestro mensaje a los ejecutivos era que, al menos cuando se gestionan carteras de acciones, la firma recompensaba la suerte como si fuese una aptitud. Esto habría sido algo chocante para ellos, pero no lo fue. No hubo señal de que no nos creyeran. ¿Cómo no nos hubieran creído? Porque habíamos analizado sus propios resultados, y ellos eran lo bastante perspicaces para ver unas implicaciones que nosotros cortésmente nos abstuvimos de detallar. Todos continuamos con calma nuestra cena, y no dudé de que nuestras conclusiones y sus implicaciones eran rápidamente barridas bajo la alfombra, y de que la vida en la firma continuaría como antes. La ilusión de aptitud no es solo una aberración individual; está profundamente arraigada en la cultura industrial. Los hechos que desafían tales asunciones básicas –amenazando los medios de vida y la autoestima de las personas– simplemente no son asimilados. La mente no los digiere. Esto es cierto en particular en los estudios estadísticos sobre rentabilidades que proporcionan información de tasa base, y que la gente de ordinario ignora cuando choca con sus impresiones personales emanadas de la experiencia.
A la mañana siguiente informamos a los asesores de nuestras conclusiones, y su respuesta fue igualmente vacua. Su propia experiencia en el ejercicio de juzgar con cuidado sobre problemas complejos era para ellos mucho más convincente que un oscuro hecho estadístico. Cuando todo terminó, uno de los ejecutivos con los que había cenado la noche anterior me llevó al aeropuerto. Me contó con cierto tono defensivo: «He hecho muchas cosas buenas por la firma, y nadie puede quitármelas». Sonreí y me quedé callado. Pero pensé: «Bueno, esta mañana te las he quitado. Si tu éxito se ha debido principalmente a la suerte, ¿Qué crédito mereces por ello?».
¡Así funciona todo de mal!
ResponderEliminarLos magos de la conomía engañan a inversores especuladores, estos dejan de invertir en lo necesario y productivo y luego los trabajadores solucionan la papeleta trabajando mucho más de lo necesario para compensar los errores de las elites económicas y engrosar las cuentas de los magnates.
Ya están surgiendo y desarrollándose los Robot Financieros, así que ciertos CEOS desaparecerán.
ResponderEliminarEl problema no es que engañan a sus clientes, sino que se engañan ellos mismos para justificar el hecho de que viven de ofrecer y cobrar a sus clientes un servicio de valor nulo.
ResponderEliminarTampoco el uso de robots cambia el asunto. El problema de fondo es que en un mercado donde intervienen millones de agentes inteligentes, no existe posibilidad alguna de saber más que el conjunto, y el saber global se transforma instantáneamente en el valor de las acciones.
Pero como algo tan fácil de comprender está por encima de la inteligencia media, pues alguien tiene que aprovechar ese nicho de ignorancia, de la misma manera que los curas medran en su particular océano de ignorancia colectiva.
Saludos.