Dentro del siempre aluciando y gregario rebaño cristiano quizás
no puede haber nada más estúpidamente ignorante que celebrar esos famosos
"milagros" realizados por el diverso santoral católico. Y ya cuando
los cargos electos, supuestos representantes de todos los ciudadanos
(independientemente de sus creencias o increencias), desfilan en procesión para
"agradecer" a la virgen sus dones, pues sólo falta constatar que algo
muy grave falla en una democracia.
Porque que la corporación municipal de una ciudad universitaria como Granada desfile en pleno siglo XXI con traje negro y acuda a misa a renovar los votos a la patrona por haber "liberado" a la capital de los terremotos que arrasaron varios pueblos de la provincia en 1884
y 1956 sólo puede considerarse como un insulto ofensivo y macabro a las más de
1.000 personas que murieron en estos terremotos.
¿Es que esas víctimas mortales y los miles de personas que
se quedaron sin casa en docenas de pueblos de las provincias de Granada y
Málaga merecerían su desgraciada suerte?¿Es que no rezaron lo suficiente al
siempre criminal y genocida diosecillo de estos imbéciles cristianos para que esta
egomaníaca y siempre enfadada invención enviara un terremoto el mismo día de
Navidad de 1884 a esas pobre tierras olvidadas por todos y que seguían viviendo
casi como en la Edad Media? Y por si el castigo divino no hubiera sido
suficiente un par de días después, cuando miles de personas pernoctaban al raso
porque sus casas estaban destruidas o en peligrosa ruina, se produjo una nevada
que agravó la situación hasta límites insoportables, ya que además del frio las
poblaciones afectadas quedaron incomunicadas varios días sin alimentos ni ayuda
alguna del exterior.
Y estos hechos históricos son los que celebra el débil mental
del alcalde de Granada, junto con todos los catetos e ignorantes ediles del
ayuntamiento, celebración tan ofensiva y estúpida que podría permitir a los
descendientes de esos pobres muertos en los terremotos denunciar a la
corporación municipal al completo, por ofender el buen nombre de esos pobres
desgraciados que murieron a cientos por parece ser no haber sido lo
suficientemente piadosos y sumisos ante la siempre colérica zarza ardiente.
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