La única obligación e identidad real que tienen las personas religiosas es creer en la existencia de su dios particular y resulta que la inmensa mayoría de los cristianos ingleses no son capaces de cumplirla.
Porque ya me dirán qué tipo de credibilidad tiene una persona religiosa que comenta que no está seguro de la existencia de su particular alucinación. Pues esto es más o menos lo que le ocurre a la mayoría de los cristianos británicos. Así tan solo el ¡33%! de los autodenominados católicos ingleses y un misérrimo 16% de los que se llaman a sí mismos protestantes de ese país no tienen ninguna duda de la existencia de dios. Para el resto las cosas no están nada claras.
Los que mayoritariamente sí que creen en su alucinada divinidad son por supuesto los más fanáticos, tanto musulmanes como los evangélicos cristianos que muy mayoritariamente no tienen ninguna duda.
En resumen, en el Reino Unido la religión cada vez se parece más a una cáscara vacía sin ningún tipo de trasfondo, en la que los individuos únicamente representan unos rituales sin significado alguno para sus vidas.
Esta estadística concuerda con el miedo a morir demostrado por la gente que dice tener creencias en otra vida después de la muerte.
ResponderEliminarA la inmensa mayoría de los cristianos declarados que yo conozco les asusta tanto o más que mí cualquier situación que pueda ponerles en peligro, cuando, si de verdad estuviesen convencidos, no tendrían nada que temer.
Hasta ahora, los únicos y poquísimos creyentes que realmente demuestran su fe son, en sentido positivo, los misioneros que van p. ej. a Africa a cuidar enfermos de Ebola, y también en su aspecto más negativo, los fanáticos que se inmolan con tal de asesinar infieles.
Los demás “creyentes”, son en realidad tan agnósticos como los pocos que nos atrevemos a declararnos agnósticos o ateos, pero su cobardía y falta de honestidad consigo mismo y con los demás no se lo permite.
Aunque hay que reconocer que es mucho más fácil salirse de las religiones en las cuales a la mayoría de los humanos nos suelen adoctrinar en nuestra más tierna y vulnerable infancia en las sociedades más abiertas que desde dentro de una secta que, aparte de alienarte, también te provee interesadamente del único medio de vida que conoces o en dictaduras teocráticas donde una sospecha de impiedad puede suponer la ruina, la cárcel o la muerte.