La increíble cerrazón mental de las personas religiosas

Después de muchos años de debatir en blogs, foros o en conversaciones cara a cara con personas religiosas, desde los más fanáticos e intransigentes a los más moderados miembros de diferentes creencias hay un par de cosas que todavía me siguen sorprendiendo.

La primera es esa increíble capacidad que tienen muchos de nuestros congéneres para pensar que son el centro del universo. ¿qué les toca la lotería? Alabado sea el señor. ¿que encuentran un buen trabajo o su hijo aprueba los exámenes? Gracias a Dios. ¿qué a su padre o a su hermana le diagnostican un cáncer? Sin problema, seguro que si rezamos con suficiente ahínco nuestro benevolente padre celestial obrará el milagro de curarle, aunque por otra parte no entiendo porqué ese mismo santo extraterrestre ha hecho enfermar previamente a su pariente. ¿qué les nace un hijo con una terrible enfermedad degenerativa?  Paciencia, son pruebas que nos envía nuestro bienamado creador.

Y lo increíble es que estas personas viven como todos nosotros, en un mundo en el que diariamente millones de seres inocentes sufren sin razón alguna de la manera más terrible: hambre, asesinatos, epidemias, enfermedades, guerras, genocidios, violaciones en masa, desastres naturales y el largo etcétera de espantosas calamidades que lleva asociado el haber nacido en el planeta Tierra. Porque pensar que todo este terrible sufrimiento humano puede estar justificado por ser en parte culpa de la propia víctima (aunque sea el más tierno infante) o un justo castigo por los pecados de sus antepasados nos llevaría directamente a la locura.

Pero aún así, ellos piensan en su infinita prepotencia que entre los 7.000 millones de habitantes del globo terráqueo, son tan especiales como para ser atendidos de forma directa por un prodigioso ser omnipotente, que no tiene otra obligación que la de atender sus insignificantes y por qué no decirlo egoístas súplicas: Señor cúrame las hemorroides, Alá concédeme descendencia, Iavhé que el niño aprueba las matemáticas, Cristo haz que me asciendan en el trabajo, sagrado Visnhú que el monzón no destroce la cosecha este año, Virgen Santa déjame vivir un poco más.

Y la segunda es la pavorosa ingenuidad de que el dios en el que han sido educados es el único y verdadero, mientras que la deidad a la que adora el vecino o el extranjero de tierras más o menos remotas es simplemente un falso ídolo inventado por la retorcida mente del Maligno para condenar a los incautos impíos de allende los mares. 

Por eso siempre que discuto con ellos, les digo lo mismo: Si yo estaría encantado de adorar a tu dios por encima de todos los demás pero para no equivocarme, como dijo Woody Allen sólo necesito una pequeña prueba inequívoca de su santo poder, por ejemplo un ingreso millonario en mi cuenta corriente. Porque mira que si después de adorar toda una vida a Jesucristo, Buda o Alá, resulta que los dioses verdaderos son Zeus, Osiris o Manitú. Menudo chasco.