Leo en El
diario una noticia que refleja fielmente la arcaica, antidemocrática y
represora moral religioso-conservadora que nos inunda en este teóricamente
avanzado siglo XXI. Una pareja de homosexuales, pero bien pudiera ser cualquier
representante de una de las decenas de minorías actualmente discriminadas en
nuestro teóricamente civilizado mundo occidental, decide irse de fin de semana
a un hotel. Pero al llegar a su destino, la propietaria se negó a que pernoctaran
en el establecimiento ya que al ser profundamente cristiana no aceptaba el nefando
pecado mortal de que dos hombres durmiesen (y quizás fornicaran, horror que ignominia)
en una habitación bajo su santa y piadosa custodia. Así que los interfectos se
marcharon expulsados del santo recinto, pero posteriormente demandaron a la sectaria
propietaria por discriminación. Ahora acaban de ganar justamente la demanda y
la dueña del hostal deberá indemnizar a la pareja. Y como no, rápidamente un
parlamentario cavernícola del ultraderechista y fascista Partido Nacional
Británico (conocido por sus ideología supremacista blanca y racista) ha
salido en defensa de la piadosa dueña alegando un supuesto "derecho a discriminar"
cuando se conculca la estrecha, retorcida y antidemocrática moral emanada de un
libro escrito por unos beduinos prácticamente
analfabetos y alucinados por la sed del desierto que tenían como única guía y compañía
la de sus rebaños de cabras y ovejas.
Siguiendo esta retorcida y denigrante argumentación del
diputado fascista, ¿porqué no ampliar este supuesto "derecho a discriminar"
y se obliga a negros, homosexuales, judíos, lesbianas, ateos, cómicos y demás pecadores
y gente de mal vivir a dormir atados con una cadena en el granero del hostal
junto con los animales, como en tiempos ancestrales? Y ya puestos, que den gracias que no los crucifican o queman en la hoguera como en pretéritas pero
gloriosamente morales épocas.
En resumen, este parlamentario debería probar de su propia
medicina. Yo por mi parte estoy por exigir mi derecho a humillarlo y azotarlo (aunque
a lo peor le hacemos un favor y le coge gusto, ya que son proverbiales los
pecaminosos gozos de los conservadores británicos en materia sexual) de mil
maneras por su ignorante, cavernícola y criminal postura.
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