Hoy se cumplen 85 años del inicio del famoso proceso al profesor John Scopes por enseñar la Teoría de la Evolución en Tennesee, EEUU. Puede parecer una fecha más, solo apta para ser recordada en los libros de Historia pero desgraciadamente el tema sigue muy candente y nos aboca a la desesperanza. Ha pasado casi un siglo y en el país donde se produjo dicha sentencia, trágicamente no ha cambiado nada en la práctica. A día de hoy dos tercios de los estadounidenses siguen siendo creacionistas, hasta tal punto que tiene fe en un Dios que está continuamente implicado en los asuntos humanos (son por decirlo de forma diplomática ridículamente ególatras). Tal es así que muchos de ellos creen literalmente en la segunda venida de Jesucristo durante la duración de su propia vida. Podríamos pensar que ello es únicamente un problema circunscrito a los EEUU y que aquí en la culta Europa eso no ocurre. Desgraciadamente no es muy difícil observar en nuestro país la pujanza de una miscelánea de grupos ultrareligiosos de raíz neotestamentaria tanto católicos (kikos, legionarios de Cristo) como protestantes (Testigos de Jehová, etc). Además debido a la inmigración existe un rápido aumento de población musulmana, personas que no han oído hablar de la Revolución Francesa o de los derechos humanos y que ni siquiera son capaces de imaginar la separación entre Religión y Estado. Todos ellos tienen en común la creencia en la certeza absoluta de los dictados de su dios, aunque no parecen percatarse de que no todos pueden estar en posesión de la Verdad (si es que alguna creencia puede ser cierta) porque los dictados de cada uno de sus dioses son manifiestamente incompatibles entre sí. Y también comparten la idea de que la Evolución es una blasfemia que hay que combatir. Y parece que están venciendo desgraciadamente en esta guerra sin sangre pero con terribles consecuencias. Durante estas décadas los científicos nos hemos recluido en nuestros castillos y desde nuestras fortificadas torres de marfil hemos lanzado al mundo nuestros increíbles logros (tecnología, vacunas, tratamientos médicos avanzados, etc.) basados en un cada vez mayor conocimiento. Para nosotros como expertos, la Ciencia avanza como un todo en donde no es posible por ejemplo separar el uso de los antibióticos de la Teoría de los Gérmenes, o la manipulación genética de la Teoría de la Evolución. Pero increíblemente no nos hemos dado cuenta que la mayoría de la población mundial si es capaz de separar diferentes conceptos científicos, seleccionando únicamente aquellas partes de la Ciencia que les son útiles de aquellas que chocan frontalmente con sus dogmáticas creencias. Así no es nada incongruente para un fanático yihadista usar la última tecnología: Internet para hacer proselitismo ó un avión para usarlo como arma letal en un atentado terrorista sin renunciar al paraíso revelado a un beduino de hace quince siglos. Lo mismo ocurre con los católicos, en donde cuando el Papa o cualquier alto cargo de la Curia vaticana enferma se solicitan los más avanzados tratamientos médicos pero se sigue implorando a su dios particular por la curación de tales individuos sin entrar en ninguna contradicción. Si su dios es todopoderoso a qué intentar curar al Papa, dicho personaje vivirá o morirá según los inescrutables designios de su Altísimo. También millones de personas del primer mundo que disfrutan de los avances científicos en su vida cotidiana y que incluso muchas veces dependen de ellos para su supervivencia (trasplantes, operaciones quirúrgicas, predicciones meteorológicas, etc.) pueden ser a la vez fervorosos creyentes en milagros, sanaciones milagrosas, horóscopos, etc. sin ninguna contradicción. Todo ello me hace pensar que existe un gravísimo fallo tanto de comunicación como de enseñanza a la hora de trasmitir la Ciencia. Aunque con cierta asiduidad aparecen en los medios de comunicación nuevos avances científicos, lo hacen siempre de forma inconexa, sin tiempo de reflexión ni profundidad en el análisis de las consecuencias. Por ello estamos generando un mundo de analfabetos científicos que sin embargo dependen para su propia supervivencia y confort de la ciencia. Además muchas de estas personas se permiten desde la ignorancia más absoluta (pero legalmente protegida, puesto que todas las constituciones occidentales consideran delito la ofensa a la religión) cuestionar aquellos avances o estudios que no fueron ni siquiera imaginados por sus incultos profetas provenientes la mayoría de ellos de sociedades periféricas de hace miles de años.
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